Este fin de semana meditábamos en la imagen del Buen Pastor, en el sacerdocio ministerial, y rezábamos por todos los que hemos aceptado este camino, esta vocación, y por los que están siendo llamados para que puedan dar el Si al Señor. Hoy en la lectura del oficio hay un hermoso discurso de San Pedro Crisólogo en el que nos habla del sacerdocio real de todos los bautizados, de todos los cristianos. Dice esto:
"Pero escuchemos ya lo que nos dice el Apóstol: Os exhorto -dice- a presentar vuestros cuerpos. Al rogar así el Apóstol eleva a todos los hombres a la dignidad del sacerdocio: a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.
¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano: el hombre es, a la vez, sacerdote y víctima! El cristiano ya no tiene que buscar fuera de sí la ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo y en sí mismo lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote permanecen intactos: la víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio no podría matar esta víctima".
Es tanta la riqueza que nos ha dado Jesus en nuestra vida nueva que aun no conocemos todo lo que nuestra entrega y fidelidad pueden lograr en Gracias para el mundo entero. Nuestro sacerdocio real, el de todos los bautizados, nos permite ofrecer cada cosa que vivimos como ofrenda y sacrificio agradable a Dios, por nosotros y por el mundo entero. Pero es una realidad que, si no la conocemos, es ineficaz en nuestra vida; y debemos hacerla eficaz, debemos ofrecer cada día nuestra vida como ofrenda y sacrificio agradable al Señor.
Sigue diciendo: "Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como una hostia viva. Es lo mismo que ya había dicho el profeta: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo".
Este cuerpo que Él me ha dado, esta vida que me ha concedido vivir, y, sobre todas las cosas, la Vida Nueva en el Espíritu que poseo tienen que darme la seguridad y el gozo de saber que nada de lo que viva y Dios me pida vivir no quedara sin recompensa, porque todo lo ofrezco como sacrificio agradable, pero mas agradable es ofrecerle el sacrificio de que, cada día, acepte Su Voluntad, aquí en la tierra como en el Cielo.
Y finalizó con esta última imagen de nuestra vida que nos presenta el santo, para que descubramos la inmensidad de los dones que Él nos ha regalado y que debemos hacerlos fructificar:
"Hombre, procura, pues, ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido. Revístete con la túnica de la santidad, que la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu frente, que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios, que tú oración arda continuamente, como perfume de incienso: toma en tus manos la espada del Espíritu: haz de tu corazón un altar, y así, afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio.
Dios te pide la fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de tu sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino con tu buena voluntad".
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