miércoles, 15 de abril de 2015

El Amor de Dios no se puede encarcelar ni apagar

"En aquellos días, el sumo sacerdote y los de su partido -la secta de los saduceos-, llenos de envidia, mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la celda y los sacó fuera, diciéndoles:
- «ld al templo y explicadle allí al pueblo íntegramente este modo de vida.»
La envidia, la santa envidia, la buena envidia, envidia de la sana, aunque queramos suavizar el termino siempre será envidia, y la envidia en todos sus envases nunca es buena para el que la lleva consigo. Aunque sea de la buena o de la sana, siempre será algo que me lleve a creer que lo que el otro hace o dice o tiene es mucho mejor que lo mío, y ello me llevará en un momento u otro a querer quitarle lo que tiene, o a quitarlo del medio de mi vida, pero sí, seguramente me llevará a no valorar suficientemente lo que tengo y vivir mi propia vida, y hacer lo que a mí me toca hacer.
Los apóstoles una vez que estuvieron llenos del Espíritu Santo, después de Pentecostés, comenzaron a evangelizar, a hablar en nombre de Jesús y anunciar la Buena Noticia. En esos momentos de la primera evangelización ellos tenían, porque Jesús se los había dado los dones de sanación y de hacer milagros. Esos dones permitían que la gente les prestara atención y pudieran, por la predicación, reconocer en ellos a Aquél que había dado la Vida por la Salvación de los hombres.
Esos hechos producían escozor en aquellos que no querían ver, en aquellos que habían querido quitar del medio a Jesús, pero, por no creer, se dieron cuenta que ahora "ese Jesús al que ellos habían mandado a la muerte y que había resucitado" vivía y hablaba en sus discípulos. Por eso había que quitarlos de en medio.
Claro que lo Sumos sacerdotes y el Sanedrín no contaban con que lo que los apóstoles estaban haciendo era ser Fieles a Dios, y lo que predicaban y los milagros que hacían, era por el Amor y el Poder de Dios. Y así Dios se vuelve a encargar de que Su Palabra y Su Mensaje no quede encarcelado, las paredes y los barrotes de hierro no pueden impedir que el Mensaje de la Salvación no llegue a los oídos de aquellos que quieran recibirlo.
Así es el Amor de Dios: no se lo puede encerrar, no se lo puede encarcelar, no se lo puede matar. Sí, se matarán los cuerpos de aquellos que han recibido el Amor de Dios, pero esa será una nueva semilla que fertilizará y hará germinar otra vida, y más vidas que seguirán amando, que seguirán viviendo y transmitiendo el Amor de Dios, el Amor del Padre hacia los hijos y el Amor del Hijo a sus hermanos.
Nosotros hemos recibido el Amor de Dios no dejemos que la envidia, el rencor, el espíritu del mundo lo apague, sino que siempre volvamos a recuperar el fuego de ese Amor que da Vida y la da en abundancia, para que lo podamos llevar por donde vayamos sembrando semillas de Nueva Humanidad.

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