"Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo: - «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.»
Cuesta muchas veces creer lo increíble, aunque nos lo hayan contado antes se nos hace difícil entender aquello que va más allá de nuestras capacidades. Y a los discípulos se le hacía difícil llegar a comprender que este que estaba delante de ellos era aquél que habían visto morir en la Cruz y sepultado bajo la roca. Sí, es cierto que algunos dicen que lo han visto, pero... es una situación difícil.
Es difícil porque las cosas que son en el orden de la fe no se pueden entender intelectualmente, con razonamientos puramente humanos, sino gracias al Don del entendimiento. Por eso, en el Evangelio dice que:
"Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras".
Son planos diferentes el natural y el sobrenatural, y nos cuesta, a veces, poder llegar a sobrenaturalizar lo natural, es decir, poder entender o comprender la Voluntad de Dios o Su Palabra, sino lo hacemos desde la oración, desde la reflexión iluminada por el Espíritu Santo.
A partir de ese momento en que Jesús iluminó el entendimiento del los discípulos con Su Don, ellos pudieron comprender lo que tantas veces le había anunciado sobre su pasión, muerte y resurrección. Y, si vamos más adelante en los días, vemos que cuando reciben el Espíritu Santo en Pentecostés no sólo comprenden, sino que tienen la capacidad de predicar y hacer milagros.
"Estáis en el mundo pero no sois del mundo", por eso aunque intentemos de todas las manera posibles entender con criterios del mundo la vida de la fe, las exigencias del evangelio, los consejos evangélicos, la renuncia a nosotros mismos, la entrega diaria, el sacrificio cotidiano y tantas otras cosas más que nos pide o permite Dios, nunca vamos a llegar a comprenderlas, por no son de este mundo sino del Reino de los Cielos. Estamos aquí pero viviendo (aunque imperfectamente) el Reino de los Cielos en la Tierra.
Necesitamos por eso invocar diariamente al Espíritu Santo para que nos ayude a mirar todo desde Dios, que nos ayude a abrir nuestro entendimiento humano a la verdad divina, a la luz de la fe, para que podamos aceptar y vivir "aquí en la tierra como en el Cielo".
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