domingo, 8 de febrero de 2015

Si no predicara...

Hoy (y siempre) me siento identificado con esta carta de Pablo a los Corintios, más que nada con esta pequeña frase:
"El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!"
Desde que ingresé en el seminario ese fue mi problema, el predicar. Pero gracias a mi formador que tenía más confianza y sabiduría que yo, me hizo comprender que Dios no me había elegido por mis dones de palabra, sino porque Él es quien tiene la Palabra, y es Su Espíritu (si lo dejamos actuar) quien habla por nuestro intermedio.
Claro que para eso hay que dejar lugar al Espíritu Santo y no querer ser uno el protagonista de la misión, y, en verdad, se nota cuando dejamos lugar al Espíritu actuar, porque las cosas salen mejor y duran más.
Igualmente, lo decía anoche en la homilía en la parroquia, la misión de predicar no es sólo para nosotros los sacerdotes, sino que es para todos los que hemos sido ungido profetas en el bautismo, porque todos tenemos la misión de anunciar el Evangelio a todos los hombres.
Y, especialmente, ponía como ejemplo a los padres de familia (madres y padres, claro) ellos tienen la misión de anunciar, de predicar, con las palabras y con las obras, tienen la misión de formar a sus hijos, de indicarles el camino a seguir, de ayudarles a madurar como personas, de marcarles los límites de la vida, de conocer el bien y el mal, y sus consecuencias. Por eso, tener autoridad en la palabra y las obras, es una gran misión, que nos toca a todos, y no podemos quitárnosla de encima porque a alguien no le guste.
Muchas veces he tenido la intención de no predicar, de no decir nada, pero no se puede, hay algo que te lleva a tener que orientar, sobre todo en las Misas cuando se nota más la misión del Orden Sagrado, pues ahí actuamos y llevamos a la práctica el llamado de Jesús. Como los padres de familia intentamos iluminar el camino, ayudamos a madurar en la fe, indicar los límites que nos ha mostrado el Señor para nuestro camino, conocer Su Voluntad y encontrar el Espíritu para que nos ayude a alcanzar la santidad.
No. No es fácil predicar. O mejor dicho no es fácil predicar con conciencia, sabiendo que, quizás, alguien te escuche y te haga caso (porque también es cierto que no todos escuchan lo que decimos) La misión que nos ha confiado el Señor es grande, y sí, no somos tan perfectos ni tan santos como deberíamos, pero lo intentamos (y no habla sólo de los sacerdotes) sino de todos los que tenemos esta misión de anunciar el Evangelio, con la palabra y la vida.
Por eso, cada día más necesitamos de nuestro Buen Pastor que nos convoca, que nos reúne y nos alimenta con Su Palabra y Su Vida, porque muchas veces creemos que son otros los que necesitan del Pastor , pero todos necesitamos del Buen Pastor, y es una lástima que algunos anden como ovejas sin pastor porque o no quieren al pastor o no quieren a las otras ovejas.
No me cansaré nunca de insistir que siempre tengamos puesta nuestra mirada en el Buen Pastor porque Él es el único que puede guiarnos hacia los mejores pastos, es el único que nos puede dar un alimento verdadero. Si quitamos nuestra mirada del Buen Pastor todo nos parece extraño a nuestra vida, y todo nos da igual porque nos alimentamos de pastos que no son los mejores, sino que no sólo no alimentan sino que nos van quitando la Vida.

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