sábado, 21 de febrero de 2015

Nos reconocemos pecadores

Cuando hablamos de conversión pensamos, enseguida, en otra gente, en aquellos que tienen más pecado y tienen que convertirse al Señor, y no pensamos en nosotros. No es está mal que nos consideremos pecadores. No es sano para nuestra alma no sabernos pecadores, porque lo somos.
El pecado original, aunque Jesús lo quitó de nuestra alma el día de nuestro bautismo, pero sigue en nosotros su consecuencia y por eso, como Él mismo dice: "el justo peca 7 veces por día". Parece mucho, pero si nos examinamos bien, quizás sea más veces, sobre todo porque no somos "justos", es decir santos en plenitud.
Y, realmente, sentirse pecador es bueno, porque cuanto más experimento el dolor y la amargura de mi pecado, más buscaré al Señor, más buscare a Aquél que tiene la capacidad de perdonarme y ayudarme a vivir en la Gracia. Por aquello que le decía el Señor a los fariseos:
- «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.»
Si nos sentimos, como muchos se sienten, tan justos y perfectos, ¿para qué necesitamos un Salvador? ¿Para qué necesitamos de Dios? Para nada, si somos capaces nosotros mismos de salvarnos y darnos la vida eterna. Y ese, es el peor de los pecados: la soberbia espiritual, como decía Jesús en aquella parábola de los dos penitentes en el templo: el fariseo, de pie, oraba diciendo: "Oh dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo lo que poseo". Pero el publicano quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: "Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador". Os digo que éste bajó justificado a su casa, y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado.
Aprovechemos este tiempo de Cuaresma para dejarnos transformar, para dejar que el Señor nos hable al corazón y nos muestre nuestras miserias, nuestras infidelidades, por que así podrá curarnos, fortalecernos, darnos todo lo necesario para ser Fieles a la Vida que Él nos dio. Dejemos como Isaías que nos lleve al desierto: "en el desierto saciará tu hambre, hará fuertes tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña; reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre cimientos de antaño; te llamarán reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas".
Así cada día, reconociendo nuestro pecado, podremos encontrarnos con el Dios de la Vida que nos colma con su Gracia para que volvamos a vivir el Gozo de la Salvación, el gozo de la vida, el gozo de la fe.

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