El escritor de la carta a los Hebreos sigue profundizando en nuestro crecimiento espiritual, en nuestro crecimiento como Comunidad, como miembros de una comunidad que busca (o debe buscar) alcanzar, por la Gracia de Dios, la santidad. Por eso sigue mostrándonos lo bueno y lo malo del Camino elegido, y hoy nos habla de la corrección, de nuestra corrección en la vida.
"Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.
Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron:
- “Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos.”
Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?
Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz".
Claro que hay que entender que el escritor le está hablando a hermanos que han conocido a Jesús y han optado por formar parte de la Iglesia, la comunidad de los que no sólo creen sino que siguen las huellas de Jesús. Por eso nos pone como último escalón de perfección la entrega total de la vida como lo hizo Jesús. Él nos entregó hasta la última gota de Su Sangre para que nosotros volviésemos a ser Hijos de Dios, para que pudiéramos, por Su Gracia, llegar a purificarnos de nuestros pecados y alcanzar la Salvación.
Así es que en esta lucha contra el pecado no hemos derramado, todavía, nuestra sangre como Jesús. Hemos entregado nuestro vida, nos hemos comprometido, pero el Camino sigue siendo largo y la lucha continua.
Es así que, cuando vemos la vida de los Santos, vemos que cada día buscaban con ayunos y sacrificios una mayor purificación, y aceptaban con amor las correcciones de Su Padre Dios.
Todos sabemos que no nos es fácil corregir ni ser corregidos, pues llevamos siempre en nosotros el deseo de no sufrir y de no hacer sufrir, pero muchas veces es necesario poner límites en nuestras vidas y en las de nuestros hermanos si queremos alcanzar la meta propuesta.
Porque el sentido de todo lo que vivimos, en alegría o dolor, está en función de la meta a alcanzar.
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