lunes, 2 de febrero de 2015

Descansar en Él

Cuando el anciano Simeón llegó al Templo y vio a María y José con el Niño, dijo:
-«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Ver al Señor, encontrarse con el Señor, es encontrarse con la Promesa cumplida, encontrar la Paz del corazón que andaba en búsqueda, que no descansaba sin encontrar la Vida.
Hermoso para comenzar un día nuevo, para comenzar un tiempo nuevo de paz, de seguridad, de confianza: descansar en Dios porque he visto al Salvador.
Parece un sueño, pero es una realidad.
Es un sueño poder encontrarnos con el Señor, poder, como Simeón tenerlo en nuestros brazos y mirar sus ojos, contemplar la frescura de su rostro, tener la cercanía de los latidos de su corazón y sentir sobre nuestra cara el suave aliento de su respiración.
Y es una realidad porque cada día puedo estar con Él, cada día puedo tenerlo entre mis manos, cada día puedo sentir la suave caricia de sus Manos sobre mi rostro, el suave aliento de Su Espíritu que llega hasta mi corazón, porque Él siempre está a mi lado, sólo basta que me acerque a Él, que abra mi mente y mi corazón a la bella Voz de Su Palabra para que se haga realidad su presencia en mi vida. Y, más aún, cuando lo recibo en la Eucaristía puedo tenerlo entre mis manos, recibirlo entre mis labios y sentirlo en mi interior, sabiendo que un Dios se ha hecho pan para mi vida, saber que El esperado por todos los siglos lo recibo en mi cuerpo, en mi vida... Es todo para mí.
Es un sueño, pero lo puedo hacer realidad, sólo basta que crea y que lo viva cada día.
Descansar en Él para vivir en Él. Descansar en Él para vivir con Él. Descansar en Él para vivir por Él.

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