La visión paradisíaca del comienzo de la creación, el colocar al hombre en el centro de ese paraíso es el más hermoso de los relatos, porque es el deseo de todo hombre que vive oculto en su corazón, porque es su origen, está en el centro de su ser, y por eso lo recuerda, lo desea, lo busca. Buscamos el paraíso, pero no lo encontramos. Deseamos el paraíso, pero no lo alcanzamos. Necesitamos el paraíso, pero no lo compramos.
Y ese paraíso está en nuestro interior, está en el corazón del hombre que ha descubierto al Creador, está en el hombre que sabe que es hijo, que tiene un Padre y que conoce el Camino: El reino de Dios ha llegado a vosotros... convertíos y creed en el Evangelio.
Por eso, en el evangelio hoy Jesús nos hace ver que, cuando el hombre no ha recibido el Espíritu Santo que lo purifica, y que deja actuar a ese mismo Espíritu en su interior, todo lo que sale del hombre está teñido del pecado original, sólo pueden salir actitudes que dañan al hombre y que lo alejan cada día más del paraíso anhelado.
No le tiremos las culpas al de al lado, porque nada de lo que el otro hace puede obligarme a mí a hacer lo mismo, sólo yo tengo la decisión de hacer lo que está bien o lo que está mal, lo que me santifique o no, lo que me acerque más al Paraíso soñado o me aleje más de él. Es mi corazón quien purifica o no, o mejor dicho es el Espíritu Santo que habita en mí quien, si lo dejo actuar, purifica mis pensamientos, mis deseos, me fortalece en mis decisiones y me enciende en la búsqueda constante de este Reino que es el Paraíso soñado, anhelado, esperado.
"El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara", pero que lo hiciera según sus planes, sus proyectos, porque Él sabía hacía dónde quería llevar esa creación de Sus Manos. Pero el hombre, se dejó tentar y llevó según su antojo a la creación a este estado en el que está.
Volvamos a confiar en el proyecto de Dios, volvamos a creer que Él tiene el plano fundamental que nos permite llegar al Paraíso que hemos perdido. Dejemos que Él nos guía pues Él es el Camino que nos enseña, nos conduce y nos lleva a encontrar el Paraíso perdido. Si es lo que sueña nuestro corazón, renunciemos a nosotros mismos y dejemos que Su Mano Poderosa nos guía por el recto sendero de la salvación.
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