De las Cartas pastorales de san Carlos Borromeo, obispo
Ha llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que,
como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz
y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas
y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón
vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros
debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre
eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre,
por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para
libramos de la tiranía y del poder del demonio, invitamos al cielo e
introducimos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la
verdad, enseñamos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las
virtudes, enriquecemos con los tesoros de su gracia y hacemos sus hijos
adoptivos y herederos de la vida eterna.
La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros,
exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de
Cristo no sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que
su eficacia continúa y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la.
fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra
conducta conforme a sus mandamientos.
La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez
al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier
momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus
gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.
Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de
nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del
Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón
agradecido este beneficio tan grande, a enriquecemos con su fruto y a preparar
nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como
si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron
con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en
ello los imitáramos.
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