"Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Si bien en estos últimos días del año litúrgico las lecturas nos van llamando la atención con todas las profecías del fin de los tiempos, nunca el Señor nos pide que temamos frente a lo que puede venir, sino que, al contrario, profundicemos en nuestra entrega y, sobre todo, que perseveremos en el Camino que iniciamos junto a Él, pues "nuestra perseverancia nos permitirá salvar nuestras almas".
Y, aquí vemos que la salvación será por una perseverancia personal, es decir, si somos fieles a la Vida que Él nos ha dado y nos pide vivir. La Vida que Jesús nos dio desde la Cruz es la Vida que tenemos que seguir conservando, madurando y viviendo cada día. Perseverar nos es estancarse y quedarse dormido en el sofá sabiendo que ya todo está hecho, sino que es una perseverancia constante en la fidelidad a la Voluntad de Dios, pero sabiendo que a pesar de que en algunos momentos sea difícil seguir, Él siempre nos dará una Mano para seguir.
A veces, creo, que creemos que no hace falta que yo haga un buen trabajo, que tome un buen camino, que sea fiel en el llamado de Dios, pues habrá otros que se entreguen y recen por mí, por mi salvación. Y ahí está el error de muchos. La salvación de mi alma se dará si yo soy perseverante.
La oración de mis hermanos ayudará a purificar, el día de mañana, mi alma para poder alcanzar el Cielo, pero la salvación o no sólo depende de mi perseverancia en la Voluntad de Dios. Porque si durante mi vida no busqué Su Voluntad, no seguí sus Caminos, no viví en santidad... pues, dos más dos son cuatro.
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