Cuando Juan Bautista estaba encarcelado, antes de su muerte, envía a sus discípulos a preguntarle a Jesús: "¿Eres tú el que debía venir?" Y lo que Jesús le responde es: "Díganle lo que veis: los sordos oyen, los paralíticos caminan y los ciegos ven..." porque así lo había profetizado Dios por medio de Isaías, que es la lectura que leemos hoy. Los signos de la llegada del Mesías se iban sucediendo en el pueblo por medio de Jesús, el Mesías anunciado. Eran los signos que Dios había señalado para Su Llegada, por eso Jesús no le dice que "sí, yo soy el Mesías", sino que le habla de lo que había sido anunciado, pues todo es una prueba de fe: si entiendo los signos de los tiempos podré comprender lo que Dios me está diciendo, pero muchas veces aunque me griten al oído las verdades, si no quiere escuchar no lo haré.
Mirad el Evangelio: la curación de los dos ciegos, ellos no ven, pero creen a quien le están pidiendo el milagro y por eso, la respuesta de Jesús es: "que os suceda conforme a vuestra fe". No les dice que los va a curar, que les va a quitar la ceguera, sino "que suceda conforme a vuestra fe". Claro está que no sanó a todos los ciegos de Jerusalén, ni se curaron todos los leprosos, ni saltaron todos los paralíticos, pues esa no era la misión de Jesús, sino su misión era anunciar la Buena Noticia de la Salvación.
Y ahí si tenemos que usar nuestra fe: para salvar nuestra alma, para alcanzar la vida en el Reino del Padre. Por que Él nos anunció la Buena Noticia creemos, y creemos porque anhelamos alcanzar el Reino de los Cielos, es nuestra Vida la que está en juego, y por eso buscamos, en cada paso, la salvación: y la salvación es el Camino de Jesús, y lo recorremos gracias al Don de la Fe. Una Fe que es en el Señor, que es en nuestro Dios, por eso lo buscamos, por eso lo escuchamos y por eso nos alimentamos con Él, para que nuestra vida, cada día, esté más asentada sobre la Roca firme que es Cristo, para que sobre Él se asiente todo lo que vivo y nuestra vida tenga un sólo deseo: ser Fieles a la Vida que Él nos dio, aquí en la tierra y la que nos regalará en el Cielo. Pero que esa vida es una vida de fe, arraigada y sostenida por su Gracia que siempre tendremos que conseguir para que vaya sanando nuestra alma, la purifique, la fortalezca y la santifique, así seremos transformados en aquello que el Padre soñó desde toda la eternidad: santos e irreprochables ante Él por el amor.
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