miércoles, 28 de diciembre de 2016

La inocencia de los niños

Dice San Juan:
"Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso, y su palabra no está en nosotros".
A veces nos creemos demasiado inocentes y nos creemos que no tenemos ningún pecado del que arrepentirnos. Y no es que haya que andar hurgando en lo profundo del corazón para ventilar lo que no está, sino que tampoco creernos tan inocentes que nunca tengamos culpa de nada, y, sobre todo, hacer creer a los demás que nuestro pensar y sentir es simple como los niños.
Cuando no hemos madurado lo suficiente en nuestra vida espiritual o de fe, es porque no hemos cultivado suficientemente los propios valores espirituales y morales de nuestra fe, por eso, cuando hacemos un examen de conciencia, no encontramos pecado en nosotros, pues hemos dejado nuestra conciencia con una "inocencia acomodada" a mis propios intereses para que no me culpe si he obrado mal.
Hoy celebramos el día de los Santos Inocentes y, como todos saben, no me gustan las famosas bromas de estos días, pues lo que celebramos no son las bromas sino una masacre de niños. Por eso, cuando me refiero a la falsa inocencia que queremos mostrar algunos pienso en ellos. Ellos sí que fueron realmente inocentes y sin saberlo murieron a manos de un enemigo de Cristo. Y un enemigo que no lo era del Mesías Redentor, sino del Cristo Rey. Un enemigo que temía por su poder y no por su vida espiritual. Un enemigo que por sentirse amenazado por la vida de un niño recién nacido mandó ejecutar a todos para salvar su propio poder.
Por esto hoy tenemos que cuidar este día, no mezclarlo con las bromas, así como mezclamos el nacimiento de Jesús con Papá Noel, y perdemos el sentido de lo que celebramos en nuestra vida de fe. Es tan fácil aceptar "inocentemente" cosas que no son propias de nuestra fe, que no basta con un "no me di cuenta", sino que por eso debemos seguir madurando en nuestra fe, para que los errores del mundo no se metan en nuestra vida y nos creamos que por "no darnos cuenta" ya tenemos argumento suficiente para decir que "no ha sido culpa mía".
Asumir nuestros propios errores y pecados no es para sentirnos menos cristianos o perder nuestra dignidad de hijos de Dios, sino para poder encontrar el Camino de la Gracia que nos ayude a crecer en la santidad, a crecer en el espíritu que Cristo nos ha traídos, nos ha dado y quiere que sigamos viviendo en fidelidad. Por eso mismo San Juan nos sigue diciendo para estimularnos a la reconciliación:
"Hijos míos, les he escrito estas cosas para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos un defensor ante el Padre: Jesucristo, el Justo. El es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero".

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