sábado, 17 de diciembre de 2016

Nos preparamos para Nacer

Comienza hoy la Novena de Navidad. Sí, parecía que faltaba mucho para esta hermosa fiesta, pero no, ya no quedan más que 9 días para que nuestra Esperanza sea cumplida, para que la Promesa hecha al Hombre por parte de Dios se haga realidad. Por supuesto que no es hoy, ni mañana el día en que recién se cumpla la Promesa y se viva la Esperanza, pero sí es hoy y mañana cuando nosotros lo vivimos de modo más intenso. Pero ¿por qué necesitamos celebrar la Fiesta de la Navidad? ¿Por qué nos preparamos tanto para algo que ya sabemos que pasó, que sucedió y cómo sucedió? ¿Por qué tanta Fiesta con algo que quizás no creemos o no vivimos?
Aquél día algo sucedió en la historia del Hombre. Aquél día la historia del Hombre se partió en dos. Aquél día el Hombre comenzó a ver una luz de esperanza pero no en un Niño que acababa de nacer, sino en la Palabra de un Hombre que acababa de resucitar. Fue este hombre que un día nació el que caminó entre nosotros, el que nos habló y llegó al corazón, el que se dejó crucificar en una Cruz y al tercer día resucitó de entre los muertos. Fue ese mismo Hombre que resucitado colmó la esperanzas de los que lo seguían y fundó un Nuevo Pueblo, un Pueblo que lleva no sólo su Palabra por el mundo, sino su Vida que es Vida de Gracia, de Verdad, de Paz, Vida de Amor pleno y puro por el Hombre al que quiso salvar y rescatar del pecado.
Es y será un misterio tan grande el Amor de Dios para con nosotros, que hemos elegido un día para celebrarlo con grandes galas y con mucha más alegría, porque el día de Navidad renace nuestra esperanza no sólo en que Dios cumple sus promesas, sino en que el Hombre renaciendo como Niño pueda llegar a encontrar Caminos de Vida, Caminos de Paz. Es el día en que nuestro corazón vuelve a encontrarse con ese Niño que es nuestro Dios, y con ese Dios que nos quiere Niños para darnos, como a Su Hijo, todos los dones necesarios para que alcancemos la plenitud de nuestra vida aquí en la tierra y el gozo eterno en los Cielos.
San Mateo tenía necesidad de contarles a la gente de su tiempo que Aquél que había resucitado de entre los muertos y que había dado su Vida en la Cruz, era el mismo que había nacido en Belén y que era del linaje de David, que era humano como todos (aunque sin pecado) y que por eso, al asumir nuestra misma condición nos daba aquello que no teníamos: su divinidad, su filiación divina.
Sí, ese mismo Hombre que pende de la Cruz; ese mismo Dios que permanece en el Sagrario y que se nos da en la Eucaristía; ese mismo Hombre que resucitó de entre los muertos, es el mismo Niño que nació en Belén y que, cada día, nos habla por su Palabra y quiere que, cada día, al escuchar su Palabra renazcamos con Él para la Vida, que cada día al renacer podamos celebrar la Navidad: un nuevo Nacimiento a una Vida Dada cargada de Divinidad.

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