La Sagrada Familia, José, María y Jesús, a quienes particularmente recordamos hoy en la liturgia no hacen elevar nuestros ojos y nuestro corazón a un modelo práctico y muy alto de vida cristiana. Por que la Familia de Nazareth es el modelo más auténtico que Dios Padre quiso para darse a conocer a los Hombres, para nacer, para vivir y, por eso, para construir un Camino de Vida en comunidad, en obediencia y en pobreza para que por donde caminar nosotros, sus nuevos hijos.
Si bien cada uno de ellos nos parecen inalcanzables por su santidad y sus entregas, no debemos asustarnos, porque Ellos como nosotros, han tenido la Gracia Suficiente para poder vivir lo que Dios les pedía.
Pero, fundamentalmente tuvieron la certeza de su pequeñez y desde su realidad de hijos, cada uno, puso su confianza en la Voluntad de Dios. Y ese fue es el punto esencial en el que Dios ha de querer que nos centremos: la confianza en Su Voluntad, y no porque seamos nosotros los fuertes y los capaces de hacer todo lo que Él nos pida, sino porque somos capaces de creer que con Su Gracia podremos hacer lo que Él nos pida.
José, María y Jesús fueron capaces de vivir aquello que tantas veces dijo Jesús: "no hago otra cosa que hacer lo que he visto hacer a Mi Padre", "mi alimento es hacer la Voluntad del que me envió"; y, seguramente, ha sido algo que aprendió de María (y de José) aunque María lo dijo expresamente: "he aquí la Esclava del Señor, hágase según tu Palabra". Y José, en la oscuridad de aquél día confió en las palabras del Ángel y tomó a María por esposa, y partió con María hacia Egipto, y, llegado el momento, volvió con María a Nazareth, desde el silencio y la confianza en las palabras que Dios les transmitía por boca del Ángel.
José y María fueron claros ejemplos de vida para Jesús, no por que siempre tuvieran las cosas claras, sino porque la claridad se la daba el Espíritu Santo que dejaban actuar en sus vidas, porque su entrega a la Voluntad de Dios no fue hoy sí y mañana no, sino que en todo momento fue ¡SÍ! Y se dejaron guiar y conducir por Su Palabra, y confiando en Su Palabra supieron educar en gracia y santidad al Hijo de Dios.
Hoy en día son muchos padres los que no toman consciencia de la responsabilidad que tienen en la educación de sus hijos y les dejan el libre albedrío para que puedan hacer lo que quieran en todos los sentidos, sin saber que el libre albedrío lo vamos formando desde el momento de nuestro nacimiento. Los padres han sido puesto como instrumentos de Dios para el crecimiento, la educación y la formación de los hijos, por eso deben ser Fieles a la Vocación recibida: ser padres, y como tales afrontar no sólo la educación, sino la formación de la persona, y como cristianos, la formación religiosa: en Gracia y Santidad, de sus hijos. Una formación que hoy vemos que va fracasando en muchas familias cristianas.
Y los hijos tenemos, aunque nuestra edad sea adulta, que aprender a escuchar a nuestros padres, porque aprendiendo a escucharlos aprendemos a escuchar al Padre de los Cielos, porque parafraseando a San Juan: "quien dice que escucha a Dios a quien no ve, y no escucha a sus padres de la tierra a quienes ve, es un mentiroso". Por que en nuestro padres está la sabiduría de tantos años vividos, de tantas entregas realizadas, de tantos errores cometidos y de tantos aciertos concretados, y esa experiencia es la que les da la sabiduría de los años, una sabiduría que no nos da internet ni ninguna formación intelectual.
Hoy los hijos creemos que sabemos mucho más que los padres, simplemente porque estamos más "informados" que ellos, y vemos así como algunos hijos menosprecian a sus padres por esa falta de "información", dejando ver así, esos hijos, su falta de formación, su falta de respeto y amor hacia aquellos que han dejado todo por darles lo que tienen.
Si miramos hoy el Evangelio veremos cómo Jesús responde de un modo que María y José no comprenden, pero que, a pesar de saber que Él es el Hijo de Dios, y por eso tiene que "estar en la Casa de su Padre", obedece a María y José y vuelve con ellos a Nazareth, donde en Familia crece "en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres".
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