El encuentro entre María e Isabel nos ha dejado frases hermosas, pero, para mí, lo más lindo es el Magnificat que brota, no sólo de los labios de María, sino desde lo más profundo de su corazón, pues su corazón lleno del Espíritu Santo canta las maravillas que Dios obró en su corazón:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación".
Es un corazón desbordado de Amor, un corazón lleno de Gracias, un corazón que ha sido capaz de ser colmado sólo por Dios, un corazón Todo de Dios y un corazón sólo para Dios.
Y lo más hermoso de todo es que en ese Corazón estamos todos, porque ese Corazón es el Corazón de Nuestra Madre, de mi Madre, de tu Madre. Es el Corazón que, cada día, sigue palpitando por el Amor de Dios a nosotros, a tí y a mí.
Es ese Corazón de Madre que hoy y mañana, y todos los días, quiere estar junto a mí y a ti para hacernos llegar, como a Isabel, el Espíritu del Señor.
Es ese Corazón de Madre que hoy viene hasta tu casa para quererse alojar ahí, para poder en esta Nochebuena, y en cada día de nuestras vidas, Dar a Luz la Vida Plena de Dios, para que nuestras vidas gocen siempre de la Luz de la Navidad.
Es ese Corazón de Madre el que quiere darnos a conocer el Amor del Padre, un Amor que hizo posible que nuestra vida se transforme y alcance una hermosa dimensión: ser hijo de Dios. Pues el Amor se derramó en nuestros corazones gracias a este Corazón de Madre que concibió al Hijo de Dios, para que ese Hijo nos hiciera a nosotros hijos, para que, unidos a Él, podamos gozar del Amor del Padre y del Amor de la Madre.
Por eso, en esta Nochebuena y en esta Navidad, junto a María deberíamos cantar, con un corazón lleno del Espíritu Santo, el mismo cántico proclamando el gozo de nuestra alma de reconocer que Dios vino a nosotros y nosotros lo hemos recibido, que su Amor ha llegado a nosotros y se ha derramado en nuestros corazones, y que, a pesar de nuestra pequeñez y pobreza, sabemos que, con Su Espíritu, podremos hacer grandes cosas, porque nos dejamos conducir por Su Mano.
La pequeñez de María, y la grandeza de corazón para convertirse en Esclava del Señor, permitieron a Dios transformar la historia de la humanidad, liberar al Hombre del pecado y llevarlo a la Luz de la Gracia. Nosotros, sus hijos, si nos dejamos transformar como María, podremos, como Ella llevar al mundo la Luz de la Palabra y, siendo fieles instrumentos de Dios, ser constructores de Nueva Humanidad.
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