El cantar de los cantar nos brinda un hermoso pasaje con una más bella metáfora sobre el Señor que viene a nuestro encuentro, un Amante que no quiere obligar al amado a que lo ame, sino que hace todo lo posible para que se de cuenta de su amor, pero no obliga, sólo espera y busca al amado.
Así es nuestro Dios con nosotros, Él viene a nuestro encuentro pero se queda cerca para no obligarnos a hacerlo pasar, para no obligarnos a que lo amemos, porque el amor no obliga, el amor sólo ama.
"Estoy a tu puerta y llamo, si me abres entraré en tu casa y cenaremos juntos" nos dice en el Apocalipsis, una vez más.
Por eso no obligó a nadie a que le diera su posada y se conformó con nacer entre pajas y animales, le bastó el Amor desinteresado de María y José, y la presencia luego de los pastores y los Reyes.
Quien realmente quiera amarlo lo amará, quien no reconozca en Él al Amo no lo buscará ni lo dejará en su casa.
Para Dios es tan importante su Amor como nuestra libertad, porque Él en su Amor nos dio el don de la libertad, y por eso no puede, por amor quitarnos la libertad, sino que, al contrario, por Amor a nosotros quiere que seamos absolutamente libres, tan libres que hasta podamos llegar a negar no sólo su Amor, sino también su existencia.
Y aquí estamos, cerca ya de volver encontrarnos con Él, de celebrar un año más su llegada a nosotros, esa llegada silenciosa, casi oculta, una llegada que sólo aquellos que saben reconocer la grandeza de las pequeñas cosas pueden llegar a encontrarlo y reconocer que "el niño recostado en un pesebre" es Dios que se hizo hombre para que los hombres pudiésemos ser hijos de Dios.
Sólo los ojos necesitados de amor, sólo los ojos de un niño pueden descubrir en ese pequeño al Dios-hecho-Hombre, al Niño-Dios que viene a Amarnos y a salvarnos, al Amor que viene a amarnos, para que amándonos aprendamos a amarnos.
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