domingo, 6 de diciembre de 2015

La alegría de la Fidelidad

Le dice San Pablo a los Filipenses:
"Hermanos:
Siempre que rezo por todos vosotros, lo hago con gran alegría".
Me parece algo muy lindo de poder decir y de poder hacerlo todos los días, porque es lindo poder saber que alguien se está acordando de tí, que alguien se acuerda de tí y lo hace con alegría, porque significas algo para esa persona. Y, si esa persona sabe que rezar por él lo hacemos con alegría, eso produce alegría el él y en mi, porque la alegría es lo más contagioso que hay, y lo que más vida y fuerza nos da.
La alegría es el más hermoso de los dones que nos han regalado y el que más necesitamos, pero no la alegría fácil de aquellos que se ríen a la fuerza en un programa de TV, sino la alegría que nace del corazón amado y amante, la alegría que nace del corazón que está en paz y camino de plenitud. Para nosotros es, también, la alegría que nace de la búsqueda y vivencia de la Voluntad de Dios, porque es Su Gracia la que nos llena el corazón de Luz, y la Luz de Dios se hace alegría en nuestra alma.
Por eso la liturgia de hoy nos da el puntapié para iniciar el camino hacia el Domingo de la alegría del gozo (que será el próximo domingo) adelantándonos a la Alegría del cielo y de la Tierra al Nacer el Salvador. Y ¿cuál es ese puntapié? La exhortación de Juan Bautista:
«Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.»
¡Allanad sus senderos! Que allanemos el corazón para encontrarnos con el Señor que nace, con el Señor que viene, con el Señor que nace hombre para venir a amarnos. Y ¿cómo allanamos el corazón? Dejándonos iluminar por la Gracia del Señor, por la Luz del Espíritu Santo y descubriendo cuántas cosas aún quedan que no nos permiten encontrarnos con Él.
Hoy hay tantas cosas, tantas preocupaciones, tantos ir y venir, vamos tan apurados por la vida, que no tenemos tiempo de sentarnos para reconocer lo que nos falta, para reconocer lo que hemos perdido, lo que no hemos realizado, lo que hemos faltado, lo que no hemos perdonado, las veces que no hemos pedido perdón... Por que todo eso se va acumulando en el corazón y va oscureciendo la Luz de la Gracia, la Luz del Gozo, la Luz de la Alegría.
Estamos a punto de iniciar el Año Santo de la Misericordia y lo tenemos que saber aprovechar. Aprovechar porque es un Año de muchas Gracias de parte de Dios para nosotros, pero Gracias que sólo recibiremos si somos Fieles a esta Vida que el Señor nos pide vivir. Gracias que conseguiremos si nos acercamos al Padre de la Misericordia para alcanzar misericordia, para poder ser también, como Él, misericordiosos. Y, para comenzar, buscamos el Perdón.
Sí, el Perdón de tantas cosas que han quedado ocultas por los pliegues del corazón, por los pliegues de la vida que nos lleva de las narices y no nos deja ser Fieles a lo que de verdad nos hace plenos. Son esos pliegues los que ocultan aquellos que aún no hemos podido perdonar, ocultan aquello que aún nos sigue doliendo pero no tenemos la fuerza de pedir perdón. Ocultan aquello que me da miedo reconocer, y no me deja alcanzar la verdadera Paz. Por eso, sin temores y llenos de confianza en el Padre Misericordioso vamos a su Encuentro para liberarnos de todo lo que hay guardado, para liberarnos de todo lo escabroso que nos impide crecer, para "allanar los senderos, elevar los valles, aplanar los montes y colinas, enderezar lo torcido, igualar lo escabroso" y, así, libre de todo, poder disponer el corazón como un Belén para que el Señor de la Paz, del Amor y la Alegría pueda nacer.

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