domingo, 5 de julio de 2015

Hablamos de parte de Dios

- «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí? .»
Cuando Dios nos llama a ser profetas, como en la primera lectura, y nos unge como profetas (en el día de nuestro bautismo) nos da su Espíritu para que nos enseñe, nos guíe, nos fortalezca y nos de la sabiduría necesaria para poder anunciar el mensaje de Salvación a todos los hombres. La Palabra no es nuestra es de Dios, Él nos la da y nosotros la volvemos a repetir, una y otra vez, para que "quien quiera oirla que la escuche", y quien quiera vivirla que la viva.
Claro que, cuando descubrimos que podemos hablar, que podemos señalar, que podemos juzgar, el pecado nos va engañando y nos torna soberbios, hace que el orgullo de ser enviados, de ser profetas se nos suba a la cabeza y creamos que somos los mejores, que no  hay nadie como nosotros, que por eso Dios nos eligió y ¡tantas otras cosas más que vemos cuando la soberbia se hace cargo de nuestra vida!
Por eso San Pablo nos ayuda a descubrir que, por un lado, todo estamos contagiados del pecado original y que la soberbia es parte de ese pecado que hay en nosotros, y que ninguno está libre de caer. Y nos da la "receta" para poder, cada día, combatir la soberbia en nuestra vida: descubrir que hay una espina clavada en nuestra carne, que yo también como el resto de la humanidad tengo pecado, y que si Dios me ha elegido no es porque soy el más perfecto, sino porque Él tiene la Gracia para poder perfeccionarme, siempre y cuando yo reconozca mi debilidad y me deje conducir por Dios.
Pero es que la soberbia, cuando no me doy cuenta que existe en mí, no me permite darle lugar ni a Dios ni a nadie para que me indiquen el camino a recorrer. Me gusta ser yo quien corrija y dirija la vida de los demás, me siento fuerte, seguro, autosuficiente, y el único con capacidad para poder llevar adelante todo lo que quiero. Y así nunca quiero ayuda de nadie. La soberbia me ha engañado y  me hace sentir tan fuerte que no necesito a nadie ni nada.
En cambio, aquél que se sabe débil y llamado, necesita constantemente de Aquél que lo llamó para que lo fortalezca en la debilidad, para Sus Palabras estén siempre en sus labios, para que su misericordia limpie su pecado, y pueda así, con labios y corazón puro anunciar la Palabra de Vida.
Por que un profeta no se anuncia a sí mismo, sino que es un instrumento fiel de la Palabra de Aquél que lo ha elegido desde el seno materno para llevar la Buena Noticia a los hombres. No dejemos que la soberbia nos impida anunciar la Buena Nueva, porque La Palabra de Dios es la que da Vida, nuestra palabra no lo hace.

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