jueves, 23 de julio de 2015

Es Cristo quien vive en mí

Dice San Pablo:
"Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.
Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí".
Para San Pablo la vida era Cristo, y en sus cartas nos habla muy claro de lo que él descubrió al conocerlo a Cristo y comenzar a vivir esa Vida Nueva en la Nueva Ley del Amor. A partir del momento de aceptar la fe en Jesucristo conoció la Vida y la Vida lo llevó a vivir lo mejor de su vida, pues, a pesar de todo lo que tuvo que padecer por Cristo, todo lo tuvo en pérdida:
"Todo lo que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en Él".
Para muchos el vivir en Cristo, el ser cristianos es una esclavitud que no les permite vivir en libertad, que no les deja hacer lo que quieren y no pueden llegar a conseguir lo que anhelan. En cambio los que han descubierto, realmente a Cristo, han encontrado el Camino de la libertad, de la Vida, de la hermosura de vivir en Cristo y por eso se lanzado, fortalecidos con el fuego del Amor del Espíritu, a la persecución de la Corona de la Vida.
No es para los que creen una vida de limitación y esclavitud, sino que es una Vida en la libertad de los hijos de Dios, porque han conocido el Amor del Padre por medio del Hijo, quien por Amor a nosotros se hizo Hombre y entregó su vida para que nosotros la tuviéramos en abundancia.
Por eso San Pablo nos invita a la madurez en la fe, diciéndonos:
"Los que somos maduros pensamos así... Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba me llama en Cristo Jesús.
Y, si en algún punto pensáis de otro modo, Dios se encargará de aclararos también eso. En todo caso, seamos consecuentes con lo ya alcanzado".
Para poder alcanzar la madurez en Cristo hemos de continuar junto a Él, viviendo en Él, pues la madurez en la fe no es como la madurez en lo humano que día a día nos hace ser más adultos, creernos que somos ya lo suficientemente grandes como para recibir consejos u orientaciones de alguien, y que ya no dependemos de nadie, sino que nos valemos solos para todo. La madurez en la fe es alcanzar con la fortaleza del Espíritu la docilidad del niño pequeño en brazos de su Padre, pues "de los que se hacen como niños es el Reino de los Cielos", nos dijo Jesús. Entonces alcanzar la madurez de la infancia espiritual es crecer cada día más en un espíritu de confianza y abandono en la Palabra de Dios y en Su Voluntad, para que cada día el Padre nos consuele y fortalezca con su Espíritu para que comprendamos Su Palabra y aceptemos Su Voluntad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.