«Señor, si quieres, puedes limpiarme».
Extendió la mano y lo tocó, diciendo:
«Quiero, queda limpio».
Una pequeña frase pero muy llena de sentido y sentimiento pues el que se siente y se sabe limpio siempre buscará quién pueda librarlo de su suciedad. Claro que para eso hace falta el reconocerse o el sentirse sucio, el sentirse enfermo para buscar un médico, sentir el dolor del pecado para buscar un confesor, sentir hambre de Dios para buscar el Pan de la Vida.
Hoy en día quizás estás muy llenos de todo y cubiertos de todo tipo de trivialidades que nos ayudan a esconder o a tapar necesidades espirituales. Hay, también, una escala de valores diferentes que nos llevan a tener hambres de otro tipo y necesidades de otros valores. Pero siempre, en algún momento, surge desde dentro del alma la necesidad de religarnos a algo más allá de lo que somos.
En este evangelio el leproso se acerca a Jesús porque no sólo la lepra era su peor enemigo, sino que la comunidad entera lo había desterrado y enviado al desierto, fuera de su familia, de sus amigos, de sus raíces. Y, quizás, el dolor era más de la soledad de su gente que de su enfermedad. Por eso necesitaba estar limpio, porque estando limpio su cuerpo los demás lo volverían a recibir en su casa, en su comunidad.
Sentir el dolor del pecado en el corazón o sentir el sabor agrio en la boca es el primer paso para poder buscar el perdón. Pero si no hay un reconocer mi error, mi falta, mi pecado nunca podré encontrar la paz de la reconciliación, pues la Gracia de la reconciliación no sólo es con los demás, sino con uno mismo, pues la Gracia de la reconciliación trae la paz al alma, limpia no sólo las manchas externas del pecado, sino que nos devuelve la pureza original del bautismo.
Así es de pensar que sólo cuando hay verdadero arrepentimiento y deseo de crecer en la Gracia es cuando la reconciliación se produce en serio, pero si sólo sale de mi boca la palabra perdón pero no nace del fondo del corazón, con un deseo de verdadera conversión, nunca llega el baño de Gracia que purifica todo nuestro ser para que vuelva a su pureza original.
La actitud del leproso nos lleva ponernos en su piel para sentir ese dolor que produce el pecado, la soledad que va sembrando en nuestro corazón, para que humildemente y con sinceridad podamos acercarnos al Señor y decirle:
Si quieres puedes limpiarme; si quieres puedes perdonarme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.