jueves, 8 de junio de 2017

Aquí estoy para hacer tu Voluntad

"Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote", es la fiesta litúrgica que celebramos en la Iglesia. Una fiesta que dentro del contexto del tiempo pasa casi inadvertida, como pasa inadvertida la virtud de la obediencia que nos señalan las lecturas, y que fue la virtud por excelencia que nos enseñó Jesús con su vida.
En la lectura del Génesis se nos muestra la actitud de Abrahán, nuestro padre en la fe, que nos da una muestra heroica de la fidelidad y obediencia a Dios; una obediencia que hasta nos parece cruel y desproporcionada para nuestra vida, pero que se hace más evidente y real en la vida de Jesús, pues Él, el Hijo Único de Dios, obedeció hasta la muerte y muerte de Cruz.
Por nosotros el Padre envió a su Hijo al mundo para renovar su Alianza y para que nosotros podamos volver a ser hijos de Dios, y el precio de nuestra filiación divina se selló con la sangre del Hijo, quien "por el sufrimiento aprendió lo que significa obedecer".
¿Por qué la virtud de la obediencia pasa inadvertida hoy? Porque no es algo que lo veamos como virtud, menos en el ámbito religioso, o cristiano de todos los días, porque siempre se ha pensado que la obediencia a Dios era una cosa para los monjes, monjas, curas, consagrados, pero no para los laicos en su vida diaria. Sin embargo Jesús no hizo diferencia de que los consejos evangélicos sólo fueran algunos para un cierto tipo de personas o para un cierto estilo de vida, sino que sus consejos los hizo universales para todos.
¿Cuáles son los consejos evangélicos? Pues la pobreza, la obediencia y la castidad. Sí, los tres forman el estilo de vida que Jesús nos invita a vivir, por eso son Consejos que sólo se pueden aceptar teniendo en cuenta la primera condición para ser cristianos:
"quien quiera venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame".
En cada estilo de vida: consagrado o laical, los tres consejos son para ser vividos si aceptamos seguir a Cristo, recordando, por otro lado, aquello que Él mismo nos recordó constantemente: "no sois del mundo como Yo no soy del mundo", "estáis en el mundo pero no sois del mundo", "Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y son tuyos".
Sí, todos hemos sido llamados por Cristo y hemos sido consagrados a Dios por el bautismo, y así todos estamos unidos a un sacerdocio real, al Sacerdocio de Cristo, para poder ofrecernos como Él como víctimas vivas para la salvación del mundo. Como dice el Salmo:
"Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios;
entonces yo digo. «Aquí estoy».

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