Al igual que ayer, primer Domingo de Adviento, el salmo nos invita:
"¡Vamos alegres a la casa del Señor!", y en la primera lectura nos dice:
«Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob".
Estamos en camino, pero no un camino cualquiera, sino el Camino que nos lleva a la Casa del Señor. Y así es toda nuestra vida: una vida en camino. Y este Camino podríamos decir que tiene tres lugares a dónde llevarnos, los cuales no son muy diferentes entre sí. Bueno en realidad hay muchos más caminos, pero vamos a hablar del Camino que nos lleva al Señor.
Un primer camino se me ocurre que es el Camino Interior, el que nos lleva al centro de nuestro corazón, de nuestra alma. Ese Camino es el del silencio interior que hemos de hacer para encontrarnos a nosotros mismos, para reconocernos, para conocer quiénes somos, qué queremos, y así, saber hacia dónde queremos ir, o, en nuestro caso, encontrarnos con el Espíritu de Dios que nos ayude a ver hacia dónde quiere el Padre que vaya. Quizás es el Camino más difícil de recorrer porque requiere mucha paciencia, mucho tiempo de encuentro pues cada uno de nosotros somos los más escurridizos ante nosotros mismos, por eso, a veces, no nos gusta ir hacia nuestro interior.
Un segundo camino es a la Casa del Señor, al Templo en donde puede encontrarme con el Señor que me espera, cada día, en el Sagrario. Sí, Dios está en todas partes, pero nuestra fe nos dice que en el Sagrario está Jesús Vivo y Presente. Que también, un espacio importante para mi fe es la celebración de la Eucaristía: la escucha de la Palabra en Comunidad, y el Encuentro con Jesús Eucaristía, son dos momentos importantes para recibir la fuerza y la Vida de Dios para que me ayuden a recorrer los Caminos marcados.
No es que seamos ya fuertes y seamos ya inmaculados para poder ir a Misa y comulgar con el Pan de la Vida, sino que somos peregrinos que necesitan alimentarse, en posible, cada día, para no perderse en el Camino, para poder tener la Gracia suficiente para levantarse de cada caída, para tener el Amor necesario para amar al prójimo y a uno mismo.
Y el tercer Camino es el que nos conduce a las Moradas Eternas, y ese Camino lo recorremos andando los dos anteriores pues nuestra vida terrena es un Camino al Cielo, a la Casa del Padre, siempre y cuando sigamos Sus Huellas. No todos los caminos conducen a Roma, ni todos los caminos conducen al Cielo, por eso tengo que andar con cuidado y con precaución para saber por dónde voy y qué camino elijo, no vaya a ser que por elegir el más amplio y rápido me pierda de alcanzar lo que espero, pues como dijo Jesús: "el camino de la perdición es ancho, pero la puerta que conduce al Cielo es estrecha, esforzaos por entrar por la puerta estrecha".
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