"Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».
Los fariseos, que eran amigos del dinero, estaban escuchando todo esto y se burlaban de él.
Y les dijo:
«Vosotros os las dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones, pues lo que es sublime entre los hombres es abominable ante Dios».
Aunque no vivimos en una comunidad judía, siempre nos encontramos en nuestros caminos con fariseos, pues se ha tomado la acepción de la palabra de esta realidad: aquellos que se creen mejores que los demás pero no lo son, pero igualmente se creen capaces de juzgar y condenar a los que no quieren.
Hay una gran división dentro del hombre, de todos los hombres (varones y mujeres) que es la realidad entre espíritu y cuerpo, bien y mal, a la que Jesús se refiere con Dios y dinero, San Pablo habla de espíritu y carne. Es la lucha continua que tenemos los que intentamos vivir según el espíritu de Cristo, pues también estamos insertos en el mundo y se nos van "pegando" las leyes mundanas en lugar de que se nos peguen las leyes de Dios.
Así creemos muchas veces que podemos vivir con las dos leyes en nuestras vidas, que es lo mismo ahora servir al mundo y luego servir a Dios, aunque en realidad servimos más al mundo que a Dios, porque si contamos los minutos que estamos en relación con Dios e intentamos hacer su Voluntad, vamos a descubrir que hacemos más horas la voluntad del mundo que la de Dios.
Por eso nos encontramos siendo, casi todos, muy fariseos al creer que nuestra vida es tan buena que podemos ser, nosotros mismos, los que murmuramos acerca de la vida de los demás que no viven como nosotros, o que nosotros creemos que son peores que nosotros.
Es cierto que no es fácil "quitarnos de encima" el fariseismo reinante, pero, como san Pablo nos invita, tenemos que intentar todos los días de vivir en el Espíritu de Dios, para que nuestra vida sea reflejo de lo que somos: hijos de Dios, herederos de la Vida, ciudadanos del Cielo, y, como nos dijo Jesús: sal, luz y fermento para renovar el mundo, y no podemos renovar algo si no le damos vida nueva. Es Vida Nueva es la que nos dio Jesús, pero tenemos que hacer el sacrificio diario de ser fieles a la Vida que Él nos pide vivir.
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