En casi todas, por no decir todas, las religiones encontramos que el Templo es el centro de su espiritualidad, en el Templo donde reside la divinidad a la que se adora, a la que se rinde culto. El Templo en las religiones es también el centro de convergencia hacia donde miran todos los corazones y donde mejor se le rinde culto a sus dioses. El Templo es el ámbito sagrado donde se encuentra el súbdito con su señor, el hijo con el Padre, la criatura con el creador.
La imagen que nos presenta Ezequiel, a través de su profecía, nos habla que del Templo sale el agua que purifica, que nutre y hace que todo a su paso cobre vida nueva y de fruto permanente. Es una hermosa visión que siempre me ha gustado, pero no sólo porque sale agua viva del Templo, sino porque ese caudal de agua se refiere a aquellos que en el Templo reciben el agua viva, el agua de la Gracia que nos purifica, nos da vida y llevamos esa vida a todos los lugares donde vamos: salimos del Templo siendo nosotros quienes llevamos los gérmenes de una vida nueva que vamos sembrando en los corazones de todos los hombres, y porque esa Vida Nueva no depende de nosotros, es que es una Vida que no se acaba y siempre seguirá produciendo frutos.
El Evangelio nos presenta dos realidades del Templo: una como el edificio donde sólo se tiene que ir a dar culto a Dios, un lugar de encuentro con el Señor y no un lugar de comercio, ya sea un comercio material o un comercio espiritual. Del primero sabemos cuál es, pero el segundo es también un comercio cuando sólo vamos para pedir algo, vamos y le decimos a Dios: si tú me das tal cosa yo te doy tal otra, un comercio espiritual.
Pero la segunda imagen que Jesús quiere que veamos, que me parece la más importante, es que nuestro cuerpo será y es un Templo Vivo, un Templo donde reside a partir del Bautismo el Espíritu Santo, un Templo consagrado a Dios por la Santa Unción el día del Bautismo y la confirmación. Un Templo en el que nos podemos encontrar en todo momento con el Señor y un Templo que tiene que derramar el Agua de la Gracia recibida a todos los hermanos. Son nuestros labios y nuestro corazón las puertas por donde se derrama el agua de la Gracia que comparto con mis hermanos, es la Gracia que recojo de las manos del Señor y las distribuyo en el camino de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.