"Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo".
Siempre que la Palabra nos habla de lo que va a venir al final de los tiempos, o cuando Jesús nos habla de las catástrofes, siempre hay, finalmente, un signo de esperanza. Ayer nos decía: "levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación". Hoy en el Apocalipsis termina con la imagen de la Jerusalén celestial, una nueva imagen del mundo nuevo. Y nada de eso queda, para los hombres de fe, en palabras vacías pues sabemos que la Palabra de Dios es Verdad, y es Promesa que se cumple en el tiempo adecuado. Pues así fue también con la venida del Mesías: "en la plenitud de los tiempos envió Dios a Su Hijo Único nacido de mujer...".
Claro que nunca sabremos cuándo es la plenitud de los tiempos, hay signos que nos ha ido dejando Cristo, pero no son signos tan evidentes y claros como para saber es ahora o es mañana.
Somos quizás una generación que quiere controlar el tiempo y la hora, la vida y la muerte, pero no se da cuenta que no somos los Señores del Tiempo ni de la Vida, sino que somos sólo criaturas, sí que hemos llegado (algunos) a altos niveles intelectuales y pueden generar vida y generar muerte, y así creerse más dioses que hombres, pero aunque lo crean no llegan a serlo.
Quizás los hombres (varones y mujeres) de esta generación nos hemos subido demasiado al pedestal de los dioses y creemos que podemos con todo, pero no es cierto, pues no podemos ni siquiera con nosotros mismos, muchas veces. Por eso necesitamos creer, creer para volver a ser pequeños y confiados; creer para volver a ser hijos que escuchan y obedecen a la Palabra del Padre; creer para volver a encontrar el Camino interior que nos conduzca a la fraternidad y a la paz.
Creer porque sabemos que la Jerusalén Celestial llegará a nuestra vida, pero no caerá como mágica desde las nubes, sino que será un trabajo cotidiano de aquellos que, sabiéndose instrumentos, se ponen a la escucha del arquitecto de la Vida y obedientes a sus mandatos ponen día a día los cimientos y levantan las paredes de un Mundo Nuevo, pues los cimientos y los ladrillos de ese Mundo Nuevo somos nosotros los Hombres Nuevos que aprendeos día a día a vivir en fidelidad y obediencia de amor a la Palabra de Dios.
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