lunes, 19 de septiembre de 2016

Una luz en el barro

Nos guste o no todos somos seres sociales, vivimos en sociedad, en comunidad, aunque a muchos no les guste estar con gente, o no les guste que los miren o que los critiquen. Todos estamos siempre expuestos a las miradas de los demás y, por eso, a los juicios de todos. Algunos nos juzgarán bondadosamente otros no. Y así también somos nosotros, miramos a los demás y los juzgamos, a veces, con amor, otras veces sin amor. Por eso nos recomienda el Señor por el libro de los Proverbios:
"No trames daños contra tu prójimo, mientras vive confiado contigo a tu lado; no pleitees con nadie sin motivo, si no te ha hecho daño alguno..."
¿Por que somos todos malos? No, porque en todos está la espina del pecado original y todos tenemos la tendencia al mal juicio, a la envidia, al orgullo, la vanidad y a las 7 plagas de Egipto. Pero, sobre todo esto, el mismo Señor nos dice:
"Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entran tengan luz.
Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público".
También, desde que el Espíritu Santo tomó posesión de nuestra vida el día de nuestro bautismo, él es la Luz en nuestra vida, y Él es quien quiere guiar nuestra conducta por el camino de la virtud, de la Gracia, del espíritu de Cristo. Y esa es la lucha constante que hemos de llevar a cabo: la lucha entre la carne y el espíritu, como dice San Pablo. Es, como él mismo dice: el tesoro que llevamos en vasijas de barro. Muchas veces lo único que tiene dominio en nosotros es el barro, pero cuando somos conscientes de lo que tenemos que hacer y le dejamos lugar al Espíritu Santo, su Luz ilumina la vida de nuestros hermanos (aunque algunos no quieran verla)
Así pues, al ser seres sociales, que viven en comunidad, en sociedad, nuestra vida, nuestro hacer y nuestro hablar, repercuten en la vida de los demás; por eso el Señor nos pide que dejemos actuar al Espíritu Santo que habita en nosotros para que en nuestra vida, palabra y obras, se manifieste su la Luz de su Gracia y no sólo las tinieblas de nuestro barro.

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