Le dice San Pablo a los Corintios:
"¿No sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio? Pues corred así: para ganar.
Pero un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita.
Por eso corro yo, pero no al azar; lucho, pero no contra el aire; sino que golpeo mi cuerpo y lo someto, no sea que, habiendo predicado a otros, quede yo descalificado".
En el catolicismo (y digo catolicismo porque en otras religiones, incluso cristianas, no es así) se da, generalmente, una situación un poco cansadora (a esta altura de los tiempos) en la que todo va bien con Dios hasta que hablamos de privarnos de cosas superficiales, de renunciar a nosotros mismos, de buscar sólo la Voluntad de Dios. Mientras Dios me da todo lo que pido ¡fantástico! pero cuando tengo que exigirme para ser santo o adecuarme a la Voluntad de Dios, ahí comienzan las protestas.
Por eso me parece muy esclarecedora esta palabra de San Pablo porque nos habla del sentido de las privaciones de los atletas y, en estos tiempos, donde hemos estado viendo las Olimpiadas y ahora seguimos con los Juegos Paraolimpicos, nos asombramos de la fortaleza y destreza de los participantes, pero nunca somos capaces de ver el "sufrimiento" y la renuncia que cada uno de ellos hace, todos los días, para alcanzar esa corona que, como dice San Pablo, en definitiva se marchita.
Nosotros, creo, (aunque no siempre lo pensamos) buscamos otra Corona que no se marchita, la corona que el Señor nos dará al final la carrera de nuestra vida de fe. Y ahí está el sentido de todo lo que el Señor nos pide día a día, comenzando por la renuncia a nosotros mismos. No es que nos quiera hacer sufrir, sino que quiere que podamos alcanzar la meta, que lleguemos totalmente preparados al día en que, con misericordia, venga a llevarnos a su Reino, si es que estamos preparados.
Dejémonos ya de tantas vueltas y comencemos a preparar nuestra alma, para que nuestro cuerpo, sometido a la esclavitud del Espíritu Santo, no sea para nosotros una causa de perdición, sino de salvación. Que podamos, cada día, decir con nuestra mente, con nuestra alma y con nuestro espíritu ¡Sí, Señor, aquí estoy para hacer tu Voluntad!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.