lunes, 5 de septiembre de 2016

La maldad del orgulloso

Le dice San Pablo a los Corintios:
"Ese orgullo vuestro no tiene razón de ser.
¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa?
Barred la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ácimos.
Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo.
Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad".
¿Cuántas veces estamos orgullosos de haber hecho algo que no está bien? ¿Cuántas veces aprobamos el pecado, personal o del otro, como algo que es normal y posible? ¿Cuántas veces hablamos de nuestro pecado o del de los demás casi como un mérito de la vida y una virtud del espíritu?
Es que nos hemos dejado engañar tanto por Satanás que no nos damos cuenta que la levadura del mal está dañando nuestras vidas y nuestras comunidades. Nos hemos dejado llevar por el orgullo de que estamos viviendo lo que el mundo nos propone que no nos damos cuenta que estamos destruyendo lo más hermoso de la creación: la vida del hombre, y, sobre todo, nosotros los cristianos, la vida de la Gracia en el hombre.
Nos vamos convirtiendo en guías ciegos de hombres que buscan la luz, simplemente porque la Luz nos hace ver el mal del mundo que está en nosotros, pero no queremos ni tenemos intención de desterrarlo de nuestras vidas. Y, nosotros, que hemos sido llamados a ser luz de los hombres, nos transformamos en guías ciegos que llevan a todos al mismo abismo.
Pero ¿el orgullo es malo? El orgullo no es bueno ni es malo, todo depende cómo dejo que el orgullo me mueva: si me muestro orgulloso del pecado, aunque me resulte lo más atractivo en mi vida, no es bueno; pero si el orgullo me lleva constantemente a buscar la verdad y el amor, entonces alcanzaré la virtud y la santidad.
Todo depende qué Luz ilumine los actos de mi día a día, pero no dejemos engañar: sólo la Luz del Espíritu puede ayudarnos a actuar con humildad, a reconocer nuestros errores y por medio del arrepentimiento sincero y el pedido de perdón alcanzar la Gracia de la Reconciliación para que la Luz del Espíritu vuelva a iluminar mi vida y a fortalecerme para tomar las buenas decisiones que me lleven a ser un verdadero instrumento de Dios.

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