"Se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete".
No podemos entender un tiempo de Cuaresma sin un tiempo de Reconciliación, con Dios y con los hermanos. Por que llegar a la Pascua con el corazón lleno de rencores, odios y rencillas no es la mejor manera de celebrar una Pascua de Resurrección, porque quiere decir que no he muerto al pecado, y, como no he muerto, no puedo resucitar.
Así, en esta casi mitad de la Cuaresma la liturgia nos invita a meditar en las dos caras de una misma moneda: pedir misericordia a Dios y poder perdonar a los hermanos, pues si pedimos misericordia a Dios es porque también debemos dar perdón a nuestros hermanos, y a la vez también debemos pedir perdón a quienes hemos ofendido. "Por que si perdonan a quienes los ofenden también mi Padre Celestial perdonará vuestras ofensas", dice el Señor.
Claro está que siempre ponemos excusas para perdonar o pedir perdón, pues las dos cosas son difíciles para el corazón humano, porque sentimos mucho dolor cuando nos hieren, y nos da mucho dolor humillarnos y pedir perdón. Las dos actitudes requieren algo que es imprescindible: amor, pues si realmente amo a alguien no voy a tener vergüenza de pedir perdón, y mucho menos de darle mi perdón a quien me ha ofendido, pues buscaré siempre estar con aquella persona a la que amo.
También es cierto que algunas veces no puedo perdonar porque no han querido pedir perdón, y me quedaré esperando como el Padre del Hijo Pródigo. Y, seguramente, el hijo pródigo no reconocerá la ofensa causada porque su orgullo y su vanidad no le permiten reconocer un error. Sabiendo que reconocer los errores y los pecados no nos debilita, sino que nos hace más fuerte, porque la soberbia no engrandece el corazón del hombre, sino que lo va desgastando y creando cada día más soledad y dolor. En cambio los actos de humildad nos fortalecen y nos hacen capaces de poder amar cada día más, porque comprendemos al que cae, comprendemos al que se equivoca, y en ese instante es Dios quien hace llover su Gracia sobre el corazón humilde y misericordioso.
¿Es difícil? Claro que es difícil el camino del amor, por eso necesitamos ejercitarnos en la oración y la penitencia, los actos de humildad nos ayudan a suplicar en la oración la fuerza necesaria para la reconciliación. Los ayunos verdaderos debilitan nuestro cuerpo y fortalecen nuestro espíritu para que sea capaz de amar "como Jesús nos amó". Así podemos alcanzar un corazón misericordioso como el de nuestro Padre Celestial, y poder pedir la Gracia de la Reconciliación, para que muriendo al pecado podamos resucitar a la Vida Nueva de la Gracia.
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