Ayer en el evangelio leíamos y reflexionábamos sobre lo más lindo de la amistad, hoy nos toca la parte más dura de la amistad: la traición de los amigos. Y en este evangelio de la Última Cena vemos dos situaciones, parecidas pero diferentes: Judas Iscariote y Pedro.
Judas Iscariote traiciona la confianza en Jesús y de Jesús. Traiciona la confianza en Jesús porque él piensa que Jesús no quiere revelarse a los hombres, que está dando largas a mostrarse como Mesías, por eso se anima a hacer un trato a sus espaldas para que, si lo apresan y lo asustan, entonces se mostrará con todo su poder y esplendor.
Y traiciona la confianza de Jesús porque lo hace todo a sus espaldas, no habla con Jesús, pues si lo hubiese hablado con él quizás la situación hubiera sido diferente, aunque Dios tenía todo pensado de esa manera pero igualmente su confianza no se habría roto.
Jesús sabe, igualmente, de esta traición y la anuncia, y, con dolor en el corazón lo anima a que lo haga pronto, porque sabe que aunque la actitud sea la contraria al amor, Dios "escribe derecho con renglones torcidos".
Y también en Judas Iscariote está la otra cara de la traición y la desconfianza. Al ver lo que había hecho no vuelve a pedir a perdón, no vuelve a ser amigo, sino que desconsolado se quita la vida. El dolor de la traición al amigo lo superó en carga, porque tampoco se dio cuenta que lo estaban utilizando aquellos que querían matar a Jesús.
A Pedro también Jesús le avisa de su traición, la traición de negar conocerlo, y no una vez, sino tres veces. Muchas veces nos hacemos los fuertes en tiempos de bonanza y de gloria, pero cuando las situaciones se ponen difíciles nos escapamos de la mejor manera que nos parezca, aunque sea traicionando nuestros propios ideales: en esta caso negando ser parte del Grupo de los Doce. No nos basta, muchas veces, decir quienes somos sino creer que podemos, con la Gracia de Dios, ser Fieles a la Vida hasta el último momento y ante todas las consecuencias.
Y Pedro, a diferencia de Judas, no se quitó la vida: lloró amargamente su traición y, reconociendo su error y pecado, volvió a integrarse al Grupo, y el Señor confirmó su Fidelidad. Por que el saber pedir perdón es una virtud que requiere fortaleza, y esa fortaleza es recompensada por la Gracia para que podamos seguir Fieles, como Pedro, hasta la muerte y muerte en Cruz.
Por eso si bien hemos de ocuparnos de no ser infieles o traidores, tenemos que saber que ante el pecado o el error, existe el camino de la reconciliación, pero sabiendo que necesitaremos más fuerza y espíritu para la reconciliación que para la traición o el pecado. Pero siempre tener confianza en el Amor que es el Camino que por el diálogo, nos ayuda a mantenernos Fieles en todo momento.
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