Tanto el antiguo como el nuevo Testamento nos hablan hoy de juicios, juicios humanos sobre nuestros hermanos, sobre los que, diariamente vemos entre nosotros. Y esto me hacía pensar ¿cuáles son nuestros valores para juzgar? ¿Cuál es el valor de la verdad? o ¿Cuál es la Verdad o la Ley que mueve mis juicios?
Hoy, en tanta locura que vivimos todos pretendemos tener razón. Y lo peor que en nuestras cabezas tenemos razón, porque siempre juzgamos según nuestros criterios y nuestros propios razonamientos. Pero ¿cuál es el parámetro que uso para juzgar o para juzgarme?
Como vemos, siempre los juicios que hago, en un primer momento son subjetivos, es decir parten de mis conceptos, susceptibilidades, deseos y demás cosas que hay dentro de mí. ¿Cuál es el problema? Que muchas (y las más de las veces) no hago una segunda reflexión sobre lo que he pensado. No corroboro mi juicio con la realidad y emito sentencia: condeno.
Por eso Jesús nos decía: la vara que uséis se usará con vosotros. La condena que hago diariamente se usará para mi juicio, la ley que uso para los demás se usará para mí. Pero eso ya lo sabemos, pero nos importa poco, porque estamos inmerso en un mundo donde la ley la quiero a mi medida, que me sirva a mí para juzgar, pero yo seré inmune a todo juicio, porque lo que hoy priva es la Ley de la Libertad, y en libertad cada uno puede hacer lo que se le antoja y nadie puede decir nada.
Por eso nos gusta tanto la frase del evangelio de hoy: "el que esté libre de pecado que tire la primera piedra" sin pensar que yo ya he tirado la primera piedra, y ¿estoy libre de pecado? Nadie en este sentido podría juzgar a nadie, y, así todos podríamos hacer lo que quisiéramos: desde ofender hasta matar, la ley de la selva ¡que se salve el más fuerte! si es que puede.
Y, a diferencia, de la selva no somos animales. Somos hombres, varones y mujeres, seres pensantes que se mueven dentro de un ámbito social, un ámbito social que hacemos y construimos entre todos, a pesar de quién sea el que preside la comunidad, y no hablo sólo de una ciudad o nación, sino de un colegio, de un instituto, de una Iglesia católica, protestante, de un grupo de amigos, de un club social. Todos somos parte y artífices de la comunidad en la que me muevo.
No basta por eso sentirme en el derecho de esconder la mano cuando tire la primera piedra, porque en esa piedra están mis huellas, está mi marca. Cuando arroje la primera piedra me tengo que hacer responsable de lo que lanzado al aire, porque aunque sea piedra, como un boomerang volverá hacia mí.
Necesitamos creer que hay una Ley, un Valor que va más allá de mis razonamientos. Para nosotros, los que creemos en Dios y queremos vivir en cristiano tenemos la Ley y los Profetas, como dijo Jesús, tenemos Su Palabra. Nuestra vida cristiana, nos lo recordaba Jesús en el Evangelio de ayer domingo es seguirlo a Él:
"El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará".
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