domingo, 8 de marzo de 2015

Limpiemos nuestro propio templo

Le dice San Pablo a los Corintios:
"Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría..." y nosotros ¿qué buscamos? ¿Qué es lo que queremos? Para muchos no será lo mismo que San Pablo que sigue diciendo:
"pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para lo judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados - judíos o griegos -, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios".
Claro no es lo que buscamos a un Jesús Crucificado, pero sí que lo predicamos, y lo predicamos porque sabemos que Él es el Camino por el que encontramos la Vida, y Vida en abundancia. ¿En abundancia de qué? De todo lo que busco, pero de todo lo que busco desde mi yo hijo de Dios, de todo lo que necesito para vivir y recorrer ese Camino de Vida.
Sí, la Cruz no es lo que buscamos, pero es lo que encontramos al comenzar el Camino, porque el Camino de la Vida comienza en la Cruz, en la Cruz de la obediencia al Padre, en la Cruz de la muerte a nuestro yo pecador y mundano, en la Cruz del Amor a nuestros enemigos, en la Cruz de dejarnos conducir por el Señor, en la Cruz del "hágase tu Voluntad".
Y hoy nos propone que veamos nuestra vida desde este Templo que es nuestro propio cuerpo en el que habita el Espíritu Santo, ese mismo Espíritu que llenaba la tierra al comienzo de los tiempos, el mismo Espíritu que iluminó a los profetas, el que fecundó el seno virginal de María, el que descendió en forma de paloma sobre Jesús, el mismo Espíritu que descendió como lenguas de fuego sobre los apóstoles, es el mismo Espíritu que descendió a nosotros el día de nuestro bautismo y nos transformó en Templos vivos y Piedras vivas, siendo así parte del Cuerpo Místico de Cristo.
De este, nuestro propio Templo, tenemos que echar a los mercaderes que no permiten ver el verdadero rostro del Señor, que no permiten el silencio para la oración, que no permiten el silencio para escuchar Su Palabra, que nos invitan a un constante compra y venta del amor.
Sí, hoy nos hemos igualado a aquellos mercaderes que creían que con unas palomas o unas monedas podíamos comprar o hacer cambiar la Voluntad de Dios.
Porque yo te doy si tu me das, porque lo hago si tú lo haces, te hablo si me hablas, te perdono si me perdonas; así son casi todas nuestras relaciones humanas, sobre todo con quienes queremos: porque no me llamó y yo lo llamé varias veces, porque no vino a decirme tal cosa y yo le conté tal otra, porque esto y porque lo otro, y siempre sacamos cuentas para saber quién ama más o quién ama menos. Y esa misma relación la tenemos con Dios: yo que he rezado tanto y ¿me pides esto?; voy a hacer tal cosa para ver si Dios hace tal otra...
"En el amor no existen la matemáticas" decía una buena santa, porque cuando amamos sólo amamos, no nos interesa cuánto amamos o a quién amamos, porque tenemos que amar a todos, y más a quienes no nos aman, porque Jesús nos amó sin que nosotros fuéramos perfectos y puros, y por amor entregó su Vida en la Cruz, y por amor nos pidió "amaos los unos a otros así como Yo os he amado". Y ahí está la sabiduría de la Cruz: amar como Jesús nos amó, nos invita a crucificar todo lo que no es amor en su Cruz, a dejar entre sus clavos y espinas todo lo que me impide amar, lo que me impide ser fiel, lo que no me deja alcanzar la verdadera meta de mi vida: la santidad.
Por eso limpia tu Templo de los mercaderes modernos y deja que sólo quede el vacío para que lo llene la plenitud del Amor del Espíritu Santo.

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