De las Disertaciones de san Gregorio de Nacianzo, obispo
Es verdad que ahora celebraremos la Pascua todavía sacramentalmente;
sin embargo, lo haremos ya con un conocimiento más claro que en la antigua ley
(ya que la Pascua de la ley antigua era -no tengo reparo en decirlo- una figura
más oscura que lo que representaba), y de aquí a poco la celebraremos de un modo
más puro y perfecto, a saber: cuando aquel que es la Palabra beba con nosotros el
vino nuevo en el reino de su Padre, dándonos la plena y clara inteligencia de lo
que aquí nos enseñó de un modo más restringido. Decimos «nuevo», pues siempre
resulta nuevo lo que se llega a comprender de una manera diferente.
Y ¿en qué consiste esa bebida y esa manera nueva de percibir?
Eso es lo que toca a él enseñar a sus discípulos, y a nosotros aprenderlo. Y la
doctrina de aquel que alimenta es también alimento.
Celebremos, pues, ahora también nosotros lo mismo que
celebraba la ley antigua, pero no en un sentido literal, sino evangélico; de una
manera perfecta, no imperfecta; de un modo eterno, no temporal. Sea nuestra
capital no la Jerusalén terrena, sino la metrópoli celestial; quiero decir, no
ésta que es ahora hollada por los ejércitos, sino la que es ensalzada por las
alabanzas y encomios angélicos.
Inmolemos no ya terneros y machos cabríos, que es cosa ya
caducada y sin sentido, sino el sacrificio de alabanza, ofrecido a Dios en el
altar del cielo, junto con los coros celestiales. Atravesemos el primer velo, no
nos detengamos ante el segundo, contemplemos de lleno el santuario. y diré más
todavía: inmolémonos nosotros mismos a Dios, inmolemos cada día nuestra persona
y toda nuestra actividad, imitemos la pasión de Cristo con nuestros propios
padecimientos, honremos su sangre con nuestra propia sangre, subamos con denuedo
a la cruz.
Si quieres imitar a Simón de Cirene, toma la cruz y sigue al Señor.
Si quieres imitar al buen ladrón crucificado con él, reconoce
honradamente su divinidad; y así como entonces Cristo fue contado entre los
malhechores, por ti y por tus pecados, así tú ahora, por él, serás contado entre
los justos. Adora al que por amor a ti pende de la cruz y, crucificándote tú
también, procura recibir algún provecho de tu misma culpa; compra la salvación
con la muerte; entra con Jesús en el paraíso, para que comprendas de qué bienes
te habías privado. Contempla todas aquellas bellezas; deja fuera, muerto, lo que
hay en ti de murmurador y blasfemo.
Si quieres imitar a José de Arimatea, pide el cuerpo a aquel
que lo mandó crucificar; haz tuya la víctima expiatoria del mundo.
Si quieres imitar a Nicodemo, el que fue a Jesús de noche,
unge a Jesús con aromas, como lo ungió él para honrado en su sepultura.
Si quieres imitar a María, a la otra María, a Salomé y a
Juana, ve de madrugada a llorar junto al sepulcro, y haz de manera que, quitada
la piedra del monumento, puedas ver a los ángeles y aun al mismo Jesús.
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