De la Homilía de Melitón de Sardes, obispo, Sobre la Pascua
Entendedlo, queridos hermanos: el misterio pascual es algo a
la vez nuevo y antiguo, eterno y temporal, corruptible e incorruptible, mortal e
inmortal.
Antiguo según la ley, pero nuevo según la Palabra encarnada;
temporal en la figura, eterno en la gracia; corruptible en cuanto a la
inmolación del cordero, incorruptible en la vida del Señor; mortal por su
sepultura bajo tierra, inmortal por su resurrección de entre los muertos.
La ley, en efecto, es antigua, pero la Palabra es nueva; la
figura es temporal, la gracia es eterna; el cordero es corruptible, pero
incorruptible es el Señor, que fue inmolado como un cordero y resucitó como
Dios.
Dice la Escritura: Era como cordero llevado al matadero, y
sin embargo no era ningún cordero; era como oveja muda, y sin embargo no era
ninguna oveja. La figura ha pasado y ha llegado la realidad: en lugar del
cordero está Dios, y en lugar de la oveja está un hombre, y en este hombre está
Cristo, que lo abarca todo.
Por tanto, la inmolación del cordero, la celebración de la
Pascua y el texto de la ley tenían como objetivo final a Cristo Jesús, pues todo
cuanto acontecía en la antigua ley se realizaba en vistas a él, y mucho más en
la nueva ley.
La ley, en efecto, se ha convertido en Palabra, y de antigua
se ha convertido en nueva (y una y otra han salido de Sión y de Jerusalén); el
precepto se ha convertido en gracia, la figura en realidad, el cordero en el
Hijo, la oveja en un hombre y este hombre en Dios.
El Señor, siendo Dios, se revistió de naturaleza humana,
sufrió por nosotros, que estábamos sujetos al dolor, fue atado por nosotros, que
estábamos cautivos, fue condenado por nosotros, que éramos culpables, fue
sepultado por nosotros, que estábamos bajo el poder del sepulcro, resucitó de
entre los muertos y clamó con voz potente: «¿Quién me condenará? Que se me
acerque. Yo he librado a los que estaban condenados, he dado la vida a los que
estaban muertos, he resucitado a los que estaban en el sepulcro. ¿Quién
pleiteará contra mí? Yo soy Cristo -dice-, el que he destruido la muerte, el que
he triunfado del enemigo, el que he pisoteado el infierno, el que he atado al
fuerte y he arrebatado al hombre hasta lo más alto de los cielos: yo, que soy el
mismo Cristo.
Venid, pues, los hombres de todas las naciones, que os habéis
hecho iguales en el pecado, y recibid el perdón de los pecados. Yo soy vuestro
perdón, yo la Pascua de salvación, yo el cordero inmolado por vosotros, yo
vuestra purificación, yo vuestra vida, yo vuestra resurrección, yo vuestra luz,
yo vuestra salvación, yo vuestro rey. Yo soy quien os hago subir hasta lo alto
de los cielos, yo soy quien os resucitaré y os mostraré el Padre que está en los
cielos, yo soy quien os resucitaré con el poder de mi diestra.»
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