domingo, 14 de abril de 2019

Creo verdaderamente?

En las lecturas de hoy, Domingo de Ramos, podemos observar una diferencia en la vida de fe de los hombres, varones y mujeres, de aquél tiempo y de nuestro tiempo.
En el Evangelio de la bendición de ramos vamos a escuchar cómo la gente lo aclamaba a Jesús, al entrar en Jerusalen: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosana al que viene el hijo de David!. Pero ¿porqué lo alababan tanato? ¿Porqué esa alegría de que llegaba Jesús? ¿Ya sabían que Él era el Mesías? No, no sabían que era el Mesías Salvador, lo habían conocido por la fama que se había extendido: había multiplicado los panes y los peces, había puesto verde a los Sumos Sacerdotes y a la jerarquía de Israel, había resucitado muertos, habia... hecho muchos milagros... en definitiva aclamaban a un hombre famoso que esperaban que fuera el nuevo Rey del Pueblo de Israel y los librase de los romanos. Lo que tenían no era fe, era una devoción por alguien famoso que esperaban que les diera algo que ellos mismos querían. Era sólo una expresión humana.
¿Por qué una expresión humana? Porque así como pusieron su esperanza en el hombre, esa esperanza se disolvió cuando lo vieron medio desnudo, coronado de espinas, lleno de sangre y torturado, cuando ya no tenía "ni aspecto humano" y se dejaron llevar por la voz de la envidia de los Sumos Sacerdotes y Escribas y Fariseos, y se pusieron a gritar junto a ellos: ¡crucifícalo! ¡Crucifícalo!.
Y es lo que nos pasa a nosotros, muchas veces, nuestra fe no es tan fuerte como para aceptar lo que no queremos aceptar, por eso en momentos de oscuridad o de cruz renegamos del Señor. En los momentos más difíciles, cuando el Señor nos exige radicalidad en nuestra entrega, ya no es tan grande mi devoció hacia Él, ya no confíio tanto en Él, ya no es el Dulce Jesús, el Amigo Jesús... ya no quiero saber nada con Él, cuando me muestra las exigencias del Evangelio.
En estos días, al acompañarlo en cada celebración y procesión, en cada momento de adoración y encuentro con el Señor, meditemos cómo es nuestra fe, si es realmente fe en el Mesías Salvador, o sólo tengo devoción hacia el que me puede dar lo que yo le pido. Si es sólo un amor de labios hacia afuera o si realmente he decidio seguirlo hasta el final, o por si las dudas me quedo a distancia para que no me sorprenda pidiéndome algo que no estoy dispuesto a darle.
En estos días mostraré realmente mi fe en el Señor, mi amor por Jesús, y mi Fidelidad a la Voluntad de Dios, siempre que sea capaz de seguirlo en todo momento, en cada procesión y en cada celebración Eucarística, para que pueda fortalecer y madurar mi fe, debo entregarme con todo mi ser a seguirlo, a caminar con Él y junto a Él, para que mi vida cristiana sea verdadera.

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