"Si tuviera hambre, no te lo diría:
pues el orbe y cuanto lo llena es mío.
¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de cabritos? R.
«¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?"
Hoy me ha llamado la atención el salmo, sobre todo estas estrofas, que son como un reproche y una advertencia de Dios al Pueblo, y a nosotros, claro está. Por un lado en las estrofas anteriores Dios venía hablando de los sacrificios y holocaustos que le llevaban al altar que si bien alguna vez Él los había pedido, pero fue en alguna situación particular y para agradecer los frutos de la tierra. Pero, como somos quienes somos, nos habituamos a hacerlos para "ganar partido" de nuestros propios delitos e infidelidades.
Esos mismos sacrificios y holocaustos del antiguo pueblo, son los que también ofrecemos (o vemos que se ofrecen) hoy en día: largas procesiones y peregrinaciones, anillos, colgantes, flores, etc. etc., que se ofrecen a los santos y al Señor. Algo que puede estar bien si en el corazón está la misma actitud de ofrecimiento y arrepentimiento y deseo de Fidelidad a la Voluntad de Dios.
Por eso en el salmo Dios reprocha los sacrificos y holocaustos porque no son el fruto de un corazón arrepentido y humillado que desea vivir en Fidelidad a Dios, sino que son un acto externo de una vida que no está muy unida a Su Palabra.
¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?
Estas palabras de Dios nos ayudan a ver que Él detesta todo sacrificio y holocausto que no va acompañado de una verdadera adehesión a Su Palabra, a Su Voluntad. ¿Para qué hacer eso si realmente no quiero ser Obediente? Si amarlo implica ser obediente a sus mandamientos, entonces sólo me quedo con la apariencia externa por si aún puedo "ganar al punto" para conseguir algunos derechos sin tener que vivir las obligaciones propias.
Es como cuando éramos pequeños (y aún algunos grandes) que vamos con mimos y bellas palabras hacia alguien, que ya de entrada sabe que vamos a pedirle algo, porque nunca estamos tan "dulces y cariñosos".
Así vemos cómo en el evangelio, aunque Jesús hizo el milagro de liberar al endemoniado que vivía en el cementerio y devolverlo a su casa con su familia, eso no tuvo tanto valor como que se perdiera la piara de cerdos que tenían. Valían más los cerdos que la vida del hombre, y por eso lo echaron del pueblo. Hoy pasa algo parecido con los cristianos y la humanidad: valen más otras cosas e ideales que la vida humana, por eso echamos a Dios del mundo, o mejor, dicho pretendemos echarlo del mundo para que no nos haga ver lo inhumano que somos.
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