"Fui para ellos como como quien levanta a un niño hasta sus mejillas.
Me incliné hacia él para darle de comer.
Mi corazón, está perturbado, se conmueven las entrañas.
No actuaré en el ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, porque yo soy Dios, y no hombre; santo en medio de vosotros, y no me dejo llevar por la ira".
Oseas le presenta al Pueblo de Israel el rostro misericordioso de Dios, pero a la vez un Dios que sufre por el desamor de su pueblo, pues la infidelidad a la Alianza es lo que manifiesta la falta de amor y gratitud por todo lo que Él había realizado por su Pueblo. Siendo que Él era fiel a su Alianza se siente traicionado por el Pueblo, por el Hombre en el que ha puesto su confianza y su amor. Pero ya no se dejará llevar por la ira que brota en su corazón, sino que seguirá con paciencia el caminar del hombre, y, una y otra vez, volverá a sellar una alianza hasta la plenitud de los tiempos en que la sella con la sangre del Hijo.
Y será el Hijo quien nos vuelva a mostrar el rostro misericordioso del Padre, un Padre que siempre está a la puerta esperando nuestro retorno, nuestro volver a reconocer lo que hemos recibido y cuánto se nos ha dado. Como diría San Pablo: hemos sido rescatado al precio de la sangre... y nosotros aún no hemos dado nada por ello.
¿Qué es lo que quiere el Padre? Que seamos fieles y generosos. Fieles a la Alianza, fieles al Amor que nos ha prodigado y que vemos cotidianamente en todo lo que nos brinda. Pero también que seamos generosos para poder dar aquello que recibimos, los dones, los talentos, las virtudes que nos ha regalado el Padre no son para acumular tesoros en la tierra sino para ofrecerlos gratuitamente a todos aquellos que los necesiten, porque así acumulamos tesoros en el Cielo.
"Gratis habéis recibido, dad gratis", le dice Jesús a los apóstoles a la hora de enviarlos a la misión. Y así nos lo dice a nosotros que nos envía, cada día, al mundo, pues nuestro vivir en este mundo y en este momento es un misionar llevando la Buena Noticia de la Salvación en nuestros gestos, palabras, en nuestra vida. Por eso mismo Jesús les pide, en esta primera misión, que nada lleven para el camino, pues nada tienen que sea de ellos, pero en cambio tienen que dar todo lo que tienen, porque cuando nada me ata al mundo entonces comienzo a mirar hacia el Cielo, y así, puedo descubrir la grandiosidad del llamado que me hace el Padre por medio del Hijo, a vivir y a sembrar el amor misericordioso que ha tenido para conmigo. Pues todo lo que soy se lo debo a Él, y ese gozo de saberme su hijo es lo que tengo que transmitir en el día a día, para que los "hombres viendo nuestras buenas obras glorifiquen al Padre que está en los Cielos".
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