"Ellos le preguntan:
«Mujer, ¿por qué lloras?»
Ella les contesta:
«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice:
«Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice:
«¡María!».
Ella se vuelve y le dice:
«¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!».
María, como tantas otras mujeres y como los discípulos de Jesús, a la hora de la muerte del Señor habían perdido toda esperanza, y, no sólo eso sino que también el dolor les hizo olvidar todo lo que Jesús les había ido diciendo varias veces, cuando hablaba de su Pasión y Muerte, pero también les habló de su resurrección. Pero en el momento del dolor todo se olvida. El dolor del alma, del cuerpo nos hace sólo pensar en lo inmediato y no nos permite recordar o volver a vivir aquello que en un momento creíamos, vivimos o escuchamos.
Por eso, cuando María va al sepulcro y lo encuentra vacío ni siquiera puede pensar que podría haber resucitado el Señor, sino que lo primero que se le ocurre es que han robado el cuerpo, porque a pesar de que hacía tres días que había ocurrido todo, como lo había dicho Jesús, aún el dolor era más fuerte. Y al no tener a quién llorar la desesperanza se hace más oscura y todo se enceguece, todo parece volver a perderse, la muerte vuelve a doler. Y es ese dolor el que no permite, muchas veces, ver con claridad lo evidente que está frente a nosotros: Él ha resucitado y te está hablando.
Cuando Jesús le habla en genérico: "Mujer, ¿por qué lloras?", ni siquiera se da cuenta María que es el Señor, aunque la voz de él sea la que siempre ha escuchado, no puede reconocerle aún pues no es un diálogo personal, sino general. Pero cuando Jesús pronuncia su nombre: "¡María!", eso basta para que la Luz disipe toda oscuridad y toda duda. El diálogo se hizo personal, a mí, me está hablando a mí y ahí comienzo y puedo reconocerlo.
Es así que siempre me gustó cuando san Pablo habla de que Jesús murió y resucitó por mí, para darme a mí una Vida Nueva, porque eso me implica más en la Fidelidad a Él, pues cuando hablamos en genérico, bueno, sí está bien, pero no me siento implicado en nada. Alguien decía una vez: cuando decimos que todos lo hacemos, nadie lo hace, por eso alguien tiene que decir ¡yo lo hago! y entonces seguro que se hace. Y así nos pasa y así le pasó a María, cuando Jesús le habla en genérico no lo reconoce, pero cuando dice su nombre se le abren los ojos y comienza un diálogo. Y ese diálogo implica una misión:
"Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro"».
María Magdalena fue y anunció a los discípulos:
«He visto al Señor y ha dicho esto».
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