domingo, 15 de abril de 2018

Reconocernos para ser

"Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis.
Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo.
Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero".
A veces se nos ocurre pensar ¡¿por qué Dios siempre nos hace ver nuestro pecado?! ¿Quiere siempre hacer ver que no somos tan buenos, que somos malos? Cuando escuchamos estas palabras acerca de nuestro pecado, cabe la posiblidad, que nos cerremos en el corazón y no comprendamos el por qué Dios siempre nos habla de nuestro pecado, de nuestra realidad de pecadores. Y, en verdad, esa es nuestra realidad: somos hijos de Dios pero en nuestra carne aún vive la espina del pecado, y por eso "no siempre hacemos lo que debemos sino lo que no queremos" (y en algunos casos sí queremos el pecado)
Por eso Jesús, como a los apóstoles hoy, nos dice:
"Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras". El Padre no quiere poner frente a nuestros ojos nuestra débil realidad de pecadores porque le gusta hacernos doler con esa realidad, no porque le guste dejarnos siempre tirados en el barro de nuestra miseria, sino porque quiere que a partir de esa realidad nos demos cuenta que podemos llegar a ser santos, a alcanzar la plenitud del espíritu que nos dio Jesús.
Es decir, siempre tenemos la posibilidad de caer en nuestro pecado, siempre tenemos la oportunidad para dejar de lado el Amor de Dios y hacer lo que queramos; pero de la misma manera tenemos la posibilidad de mirar hacia arriba y buscar el perdón y la fuerza para poder crecer en santidad, para fortalecer nuestra debilidad con la Gracia del Espíritu, porque con esa Gracia podremos alcanzar lo que el Padre sueña de nosotros: la verdadera plenitud del ser, de nuestra vida, de nuestro ser hijos de Dios, de nuestro ser varón o mujer, de alcanzar la plenitud de ser Hombres.
El pecado, la tiniebla que el mundo va sembrando en nuestro corazón nos hace alejar, cada día, un poco más de Dios y, por lo tanto, de la plenitud de nuestro ser hijos de Dios. Por eso el Padre, que nos Ama tanto que envió a su Unigénito al mundo para salvarnos, nos ayuda a descubrir nuestro error y nos da la Gracia necesaria y suficiente para que podamos converitr nuestro caminar y alcanzar la meta verdadera, alcanzar la verdadera felicidad.
Por eso, descubrir nuestra realidad de pecadores y aceptar que hemos pecado no es una desgracia para nosotros, sino una Gracia que nos devuelve la oportunidad de volver a encontrar el Camino que nos conduce a la Vida. Y así cuando nos reconciliemos con el Padre, con nuestros hermanos y con nosotros mismos, recuperaremos la Verdadera Paz y la Alegría que le darán a nuestra vida el verdadero brillo de la Luz del Espíritu que habita en nosotros.

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