viernes, 20 de abril de 2018

Llama a quien Él quiere

En la vocación de San Pablo, se produce este diálogo entre Ananías, discípulo de Cristo, y Jesús:
El Señor le dijo:
«Levántate y ve a la calle llamada Recta, y pregunta en casa de Judas por un tal Saulo de Tarso. Mira, está orando, y ha visto en visión a un cierto Ananías que entra y le impone las manos para que recobre la vista».
Ananías contestó:
«Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus santos en Jerusalén, y que aquí tiene autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre».
El Señor le dijo:
«Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre».
Lo reproduzco todo porque siempre hablamos de la conversión de los pecadores, y es por lo que rezamos habitualmente, pero, en el fondo, muchas veces, no creemos que los pecadores se conviertan o, cuando se convierten ponemos trabas para que puedan vivir a nuestro lado sin tenerles en cuenta su anterior pecado. Incluso, a nosotros mismos nos recordamos que somos pecadores y, hasta nos castigamos más que lo que lo hace el Señor.
Si Ananías se hubiera negado a ir a bautizar a Saulo, quizás se hubiera perdido un gran apóstol dentro de la Iglesia.
Es lógico que los pensamientos y juicios sobre una persona salgan a la luz cuando me tenga que encontrar con ella o cuando la vea a mi lado en misa, pero tengo que dejar que el Señor actúe como a Él le de la gana, pues Él es quien conoce el corazón de cada hombre y sabe cuál es su poder para convertir el corazón.
No fue Ananías quien logró la conversión de Saulo en Pablo, sino Jesús que le tocó el corazón y pasó de perseguidor de los cristianos a ser el Apóstol Pablo.
Esto nos hace pensar mucho en nuestro viviir diario, o mejor dicho, en nuestro prejuicios diarios sobre las personas que nos rodean. Es cierto que todos somos pecadores y que no estamos libres de caer, pero no dejemos que por eso impidamos al Señor que convierta los corazones, aunque la conversión lleve tiempo para hacerse realidad. Debemos abrir nuestra vida de fe a los que el Señor pone a nuestro lado sin ponerle trabas a su actuar por medio de nosotros, porque no sabemos qué es lo que Él quiere con tal o cual persona, e incluso conmigo mismo.
No dejemos que el pecado nos impida ser instrumentos en manos del Señor, ya sea para que nosotros seamos buenos instrumentos en sus Manos o para que Él pueda hacer de nosotros mejores instrumentos y más santos pues Él tiene el poder y la Gracia para transformar y transformarnos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.