Dice Isaías:
"El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás".
En este párrafo de Isaías podemos comprender o entender lo que es ser discípulo del Señor, de Jesús: somos elegidos para una misión, pero para poder realizar esa misión debemos tener el oído atento a Quién nos ha llamado y qué misión nos ha dado, y estar dispuestos a vivir lo que sea Voluntad de Dios.
En este caso Isaías va a profetizar lo que el Hijo, el Enviado del Padre, va a tener que vivir y cómo lo va a vivir, además de que también Jesús siempre nos va a recordar que, como Hijo, como Enviado, tiene los oídos atentos a la Voz del Padre para hacer siempre su Voluntad, y en estos días veremos cómo, a pesar de que la aceptación de la Voluntad de Dios le produzca una agonía de muerte y hasta la muerte y muerte en Cruz, no va a dejar de ser Fiel a esa Voluntad, pues es lo esencial de su misión y quiere mantenerse Fiel al Sí a la Voluntad de Dios.
Frente a esta aceptación de la Voluntad de Dios se nos presenta la imagen de Judas Iscariote, en el Evangelio. Un discípulo que actuó por su propia cuenta sin tener el oído atento a la Voz del Padre, ni de quien lo había elegido para ser discípulo. Al actuar por su cuenta, aunque también ese actuar estaba dentro de los planes de Dios, no actuó bien, pues se dejó engañar por la voz de los hombres que sólo buscaban su propio interés y no la Voluntad de Dios.
Y cuando digo engañar por la voz del hombre, no es sólo por la voz de los doctores de la ley o los sumos sacerdotres, sino que, muchas veces, nos dejamos engañar por nosotros mismos, por nuestra propia voz interior.
Sí, porque tú y yo, todos hemos sido elegidos para ser discípulos de Cristo, y por eso tenemos que teneer el oído atento y muy "afinado" para escuchar la Voz del Señor, para saber cuándo lo que escucho es de Dios y cuándo no. Porque nuestra vida, desde el momento en que somos conscientes de nuestra consagración bautismal, es una vida consagrada a la misión que el Padre tiene para nosotros, una misión que el Hijo nos recordó: sois luz del mundo... sois sal en la tierra... sois levadura en la masa... yo os envío para anunciar hasta el confín del mundo la Buena Noticia... y tantas otras cosas más que el Hijo nos fue diciendo.
Y nos falta la fundamental: en la medida en que os améis unos a otros, así el mundo sabrá que sois mis discípulos...
Y todo esto ¿cómo hacemos para vivirlo? ¿cómo hacemos para ser fieles? No podemos nunca ser fieles a la misión que el Padre nos ha encomendado, y para la cual el Hijo nos ha llamado, si no nos relacionamos constantemente con Él.
Y es ahí en ese punto de la relación constante y personal con el Señor en la que siempre escuchamos una voz humana que nos ayuda a poner excusas para no estar a disposición del Señor. Siempre, sea la edad que sea que tengamos, tenemos una excusa apropiada para no llegarnos hasta el altar del Señor a alimentarnos con su Vida, para que nuestra vida esté fortalecida con su Vida.
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