Este sábado de cuaresma la liturgia nos invita a reflexionar sobre la misericordia y el pecado, la misericordia no sólo del Padre Dios que, espero que lo sepamos, que es infinita, como nos lo demuestra la primera lectura y la parábola del Hijo Pródigo, sino también la misericordia que tenemos nosotros hacia nuestros hermanos. Y, claro está que relfexionamos en la misericordia pues porque es lo que permite que se nos perdone y, si tenemos en el corazón la misma misericordia que recibimos por nuestro pecados, podemos perdonar.
Siempre meditamos sobre la misericordia que el Padre tiene hacia nosotros, y que, por esa misericordia y amor que nos tiene, es que envió a Su Hijo Único para que nos diera matara en la Cruz nuestro pecado y con su resurrección nos devolviera la Gracia de la filiación divina. Una Gracia que tenemos que actualizar diariamente siendo Fieles a la Vida que Él mismo nos regaló. Por eso, a pesar de nuestro pecado y de que nuestro pecado "sea rojo como la grana él lo deja blanco como la nieve", porque es Amor y su misericordia es infinita, si hay verdadera conversión en nuestro corazón.
Pero también está la otra parte, que en la parábola del Hijo Pródigo lo vemos en el hijo mayor: ¿aceptamos con misericordia a nuestros hermanos cuando habiendo pecado piden perdón? ¿Recibimos con agrado a los que se convierten y quieren vivir junto a nosotros la vida en Dios? ¿Guardamos tanto rencor en el corazón como para reclarmarle al Padre que por nosotros no ha hecho nada como lo hace con el hijo que vuelve al hogar? ¿"Pasamos factura" al otro por tantas cosas que hemos "guardado en el corazón" y nunca hemos dicho? ¿Somos capaces de abrir los brazos al pecador arrepentido como el Padre los abre para darme su perdón?
¿Cuál es nuestro problema? Que nos cuesta perdonar a quien no amamos, a quién no está dentro de la fila de nuestras amistades, a quien hemos puesto en una "lista negra" de pecadores o de personas no-gratas. Y todo eso porque nunca hemos experimentado el verdadero gozo del abrazo del Padre cuando nos confesamos, porque aún no hemos sentido el dolor del pecado, y no podemos perdonar si no hemos experimentado verdaderamente el perdón.
Cuando nuestro corazón realmente experimente la misericordia del Padre en ese abrazo tierno y feliz por haber reconocido mi pecado y haber dado el paso de querer caminar en el Verdadero Camino, entonces podré conocer lo que significa saberme perdonado. Y podré habrir mi corazón para perdonar a mis hermanos.
El corazón del hijo mayor se había endurecido de tanto "guardar" cosas sin hablar en su corazón, de tanto no decirle al Padre lo que sentía, de tanto no compartir y no sentirse libre como el menor. Pero al final todo eso guardado se convirtió en rencor y dolor que salió a la luz con el regreso del hermano. ¿Se parece a su corazón nuestro corazón? ¿Cuál es nuestra actitud frente a los pecados de mi hermano? ¿Soy capaz de arrojarle una piedra como quisieron hacer los fariseos con la mujer pecadora?
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