"Sus servidores se le acercaron para decirle: «Padre mío, si el profeta te hubiese mandado una cosa difícil, ¿no lo habrías hecho? ¡Cuánto más si te ha dicho: “Lávate y quedarás limpio!”» Bajó, pues, y se baño en el Jordán siete veces, conforme a la palabra del hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio".
Generalmente las cosas más sencillas son las que menos importancia tienen en nuestras vidas, pues creemos que sólo las cosas extraordinarias nos dan re-nombre, nos hacen importantes. Por eso es que cuando Dios no hace un milagro magnífico o maravilloso no le damos tanta importancia. Es que nos creemos tan importantes y tan grandes, que para las cosas sencillas decimos que las hagan otros que tienen más tiempo.
Es por eso que hemos perdido toda capacidad de asombro ante las pequeñas cosas de la vida, y, también, hemos perdido la capacidad de hacer agradable la vida de los demás con los pequeños gestos de todos los días: una sonrisa al saludar, saludar con delicadeza y alegría, pedir por favor las cosas que necesito, dar las gracias cuando alguien me da algo aunque sea algo que no necesito, y, ni qué hablar si tengo que pedir disculpas simplemente para que me dejen pasar por un lugar, porque cuando se trata de pedir perdón por algo mal que hice ¡ufff! eso ni pensarlo que da escalofríos.
El mundo de hoy nos ha hecho insensibles a las pequeñas cosas y a la sencillez de la vida, necesitamos llegar a los más altos niveles de distinción, y si no llegamos por lo menos lo tenemos que parecer o aparentar. Aunque hoy la moda nos hace ser más zaparastrozos que otros años, pero eso es también distinción, porque estamos pagando dinerales por los agujeros en la ropa. Pero bueno... dicen que lo que es moda no incomoda... a veces...
Pero ¿qué lindo y encantador que serían nuestros días si nos dedicáramos a hacer agradable los encuentros con otras personas? La delicadeza y la sencillez, la galantería y la cordialidad, la amabilidad y la gratitud, y aunque a digan que es anticuado y machista: la caballerosidad, es también un hermoso valor a recuperar.
Creo que para las pequeñas cosas de todos los díasl todos tenemos tiempo, y deberíamos darnos cuenta que son las cosas más difíciles de hacer, pues necesitamos estar atentos a los demás, descubrir que sólo negándonos a nosotros mismos podemos sonreir aunque no tengamos ganas, dar las gracias aunque no me guste algo, pedir disculpas aunque no las merezcan, y así, con todas las cosas. Y vamos a ver que, como dicen algunos cartelitos de los muros: ¡qué divertido que es andar desentonando con todo el mundo! Porque es cierto que esos cartelitos aparecen mucho, pero son sólo carteles que nadie o pocos llevan a la práctica.
Por eso, nunca me cansaré de repetir, como decía Santa Teresita: "hacer extraordinario lo ordinario y hacer sobrenatural lo natural", es un desafío que muy pcoos lo entenderán y pocos lo querrán hacer, porque no están hechos para las pequeñas cosas de todos los días. ¿Será cierto?
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