Dice Azarías en esa hermosa oración de perdón:
"Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, como un holocausto de carneros y toros o una multitud de corderos cebados".
"Un corazón contrito y humillado, tú, Señor, no lo desprecias", rezamos en el salmo.
Pero ¿llegamos a una conversión real del corazón? ¿Somos capaces de perdonar tanto como nos pide el Señor? "No te digo 7 veces, sino 70 veces 7", le dijo a Pedro. Claro que sabemos que no son 490 veces, sino perdonar tanto como sea necesario a mi hermano, y no sólo al hermano al que quiero, sino también a quien no quiero.
Y, sí, es muy difícil perdonar tanto. Es difícil abrir el corazón cuando te lo han herido de modo muy duro, o cuando han herido a alguien a quién tú quieres. Para el hombre (varones y mujeres) no es posible perdonar tanto, "pero lo que es imposible para el hombre no lo es para Dios".
Por eso, para poder llegar a ese arrepentimiento y a ese perdón que nos pide el Señor tenemos que estar en estrecha relación con el Señor. Tenemos que recibir la Gracia del Perdón para poder saber perdonar.
Cuando nuestras confesiones son sinceras y brotan del dolor del pecado en el corazón, y sentimos el gozo de la Gracia de la reconciliación, entonces podremos saber cuánto tenemos que perdonoar, porque hemos experimentado el perdón del Señor. Sino sólo seremos como el hombre de la parábola, que después de recibir el perdón del Rey no pudo, él mismo, perdonar a otro que le debía menos.
Y algo que nunca me voy a cansar de repetir es que perdonar no significa olvidar. Ojala la Gracia de la Reconciiación nos borrara los malos momentos de la memoria, pero no lo hace. Nuestra memoria guarda cada cosa que hemos vivido, la buenas y las malas. Y ¿qué es lo importante? No traer los malos momentos al hoy constantemente. No sacar al aire esos momentos que no me dan paz, sino intentar buscar mejores momentos ¡que los hay! para volver a sentir el amor, la paz, la serenidad del corazón.
Y si aún quedan esos dolores recordemos algo que nos dijo el Señor, pero que no le hemos hecho mucho caso: "si saludaís a quien os saludo ¿qué mérito teneis? eso también lo hacen los paganos. Si amáis a quienes os aman ¿qué hacéis de bueno? eso también lo hacen los que creen... Por eso yo os digo: amad a vuestros enemigos, orad por quienes os persiguen..."
Es lo que tiene haberse enamorado de Dios, querer a nuestro Padre Dios, seguirlo a Cristo: nos pide cosas que no son propias de los hombres, sino que son propia de los santos ¡y eso somos nosotros! El Espíritu que se nos ha dado nos ha santificado, ahora nos toca hacerlo realidad.
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