sábado, 10 de marzo de 2018

Las comparaciones matan el espíritu

Al ser el tiempo de Cuaresma un tiempo de reflexión para la conversión, las lecturas de la liturgia de la Misa nos invitan, siempre, a mirar hacia nuestro interios y descubrir que, aún, no hemos convertido todo lo que nos toca, o no hemos descubierto todo nuestro pecado. Pero no es por el gusto de hacernos ver que somos malos, sino por el gozo que da saber que podemos ser mejores, que aún podemos dejar brillar más en nosotros la Luz que Dios sembró en nuestro corazón, que es la Luz del Espíritu Santo que nos santificó el día de nuestro bautismo y que tiene que resplandecer con la Gracia del Señor que nos ayuda a corregir nuestros errores y a dar un verdadero testimonio de nuestra vida cristiana.
En la parábola que nos presenta Jesús, de la oración del fariseo y del publicano, podemos ver claramente muchas actitudes marcadas en ellos: la vanidad y la humildad, serían las dos que se ven a primera vista.
Pero también está hay otro error que siempre cometemos en nuestra vida, tanto espiritual como material: la comparación con los demás. Generalmente, vamos andando por la vida y al ver a los demás, sobre todo a los más cercanos, siempre surge el tema de comparar vidas, de comparar valores, de comparar cómo le va al otro y cómo me va a mí, qué hace el otro y qué hago yo, qué recibe el otro y qué recibo yo.
Estas comparaciones crean en cada uno una serie de sensaciones y sentimientos que no son buenos, esencialmente porque cada uno de nosotros somos distintos y ninguno tiene la misma misión que el otro, ni los mismos talentos que el otro. Es por ello que pueden llegar a surgir, como en el caso del evangelio, la vanidad de sentirme más grande y mejor que el otro "que no es como yo", y esa vanidad es lo que trae aparejado el vivir de las apariencias, incluso en la relación con Dios, y ni qué hablar con los hermanos, pues me da el "poder" de juzgar a todos pues son menos que yo.
Pero también en el caso del publicano puede ser que desprecie los valores que tengo, que al ver que los demás tienen más valores que yo me infravalore en lo que tengo y por eso no hago nada para crecer. O, que sólo vea en mí el pecado y no haga el esfuerzo por llegar a la conversión o descubrir que, a pesar de mi pecado, Dios siempre me está regalando muchos talentos para que los ponga en práctica y deje de la lado la oscuridad a la que me conduce el pecado.
No son pocos los casos en los que la "falsa humildad" nos lleva a la inoperancia, al vació de nuestro ser, que se queda derrumbado por no saber valorar lo que se tiene y lo que Dios ha puesto en mi alma.
Por eso el Señor siempre nos invita a pedir el Espíritu Santo que no solo ilumine nuestra vida y nos ayude a ver los bienes que el Señor ha sembrado en nuestro corazón, sino que con el Fuego de su Amor queme todo aquello que nos impide ser Fieles a la Vida que el Señor nos dio, una vida llena de valres, de talentos, de dones que sólo yo, y nadie más que yo, los podrá uitlizar para la misión que el Señor me encomendó a mí, y a ninguna otra persona sobre la tierra.

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