miércoles, 17 de enero de 2018

Vende todo lo que tienes...

"El joven dijo: «Todo esto lo he cumplido: ¿qué me queda por hacer?»
«Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.» Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes".
La inquietud del joven era entrar en la Vida eterna por eso le pregunta al Señor, pues ya cumplía en su vida todos los mandamientos, pero, aparentemente, suponía o sentía que aún le quedaban cosas por cumplir o vivir para lograr ese anhelo. Y ahí está la respuesta del Señor: "vende todo loq ue tienes y ven y sígueme".
Y aquí hay un tema que siempre ha traído muchas discusiones en muchos ámbitos eclesiales: la pobreza que nos pide el Señor. Aquí, junto al joven lo invita a vender todos sus bienes. Pero también está lo dice en el Monte de las Bienaventuranzas: "Bienaventurados los que tienes espíritu de pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos".
Y cuando realmente se busca el espíritu de la Palabra descubrimos que las dos situaciones son iguales, pues la pobreza es ausencia de bienes o consciencia de que los bienes no son nuestros, de que nada hay que nos ate a este mundo y por eso podemos vivir libremente la Voluntad de Dios, pues el "seguir" a Cristo no es otra cosa que hacer la Voluntad de Dios, después de habernos despojado de nuestro propio yo: "quien quiera venir en pos de mí níeguese a sí mismo".
Hoy, al recordar la memoria de San Antonio, abad (San Antón) vemos como en su caso pudo descubrir su vocación de ermitaño y tuvo la fortaleza, como tantos otros santos, de vender todos sus bienes terrenales y sin nada que lo ate a este mundo dedicarse a una vida de completa contemplación.
Pero no a todos Jesús los llamó a vender todos sus bienes materiales, pues ese no es el fin de su llamado, sino que nos invita a no dejarnos "atar" por ningún bien, ya sean bienes materiales o espirituales. Los bienes materiales los conocemos y sabemos cómo atan la vida de las personas y nos hacen egoístas y vanidosos, con la incapacidad para compartir con los que más necesitan o para poder estar atentos a quienes están a nuestro lado.
Pero también los bienes espirituales nos llevan a la vanidad espiritual dejando de lado, muchas veces, a quienes necesitan de nuestra ayuda y de nuestra compañía. Estos bienes también nos llevan a la soberbia espiritual haciéndonos creer más o mejores que los demás, permitiendo que nuestra autosuficiencia y orgullo nos hagan pensar que nadie como nosotros puede hacer las cosas o nadie puede estar a nuestra altura, y así me convierto en egoísta y juez de aquellos que "no son como uno".
Por eso no podemos dejar de unir la pobreza material a la espiritual, ni la espiritual a la material, porque no pueden existir una sin la otra pues lo importante es que encontremos el equilibrio y la fortaleza en nuestro espíritu para saber que todo le pertenece al Señor y que todo lo que tengo es por su Gracia y Amor que ha obraado en mí, y me ha otorgado el uso de esos bienes para ponerlos al servicio de Su Voluntad y de los hermanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.