domingo, 7 de enero de 2018

Bautismo, misión y respuesta

"Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».
Lo lamento por si me repito, pero es una frase que me gusta mucho porque es lo que el Padre dijo sobre el Hijo el día del Bautismo en el Jordán, y, también nos la dice a nosotros el día de nuestro bautismo, cuando el agua bautismal toca nuestra cabeza y el Espíritu Santo desciende en nosotros para darnos una nueva vida: somos hijos de Dios, porque el Hijo nos hizo hijos.
Así, a partir de ese día y, sobre todo, cuando comenzamos a tomar conciencia de esta nueva realidad podremos vivir la alegría no sólo de ser hijos de Dios, sino de haber sido llamados a ser Luz, Sal y Fermento en el mundo, de ser llamados a llevar la Buena Noticia a todos los hombres que la necesiten y la quieran escuchar. Pero todo depende de nuestra disposición a ser lo que comenzamos a ser en la Pila Bautismal: Hombres Nuevos que buscan que "venga el Reino de Dios y se haga Su Voluntad aquí en la tierra con en el Cielo".
Es la misión de la que nos hacía mención Isaías, es la misión del Siervo de Dios, del Profeta, de todos aquellos que hemos sido sellados con el Santo Crisma el día de nuestro bautismos y nos constituyó, el Señor, como sacerdotes, profetas y reyes de su Reino:
"Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan las tinieblas»
Para eso Dios fue llamando de todas las naciones, razas y lenguas, para que Su Palabra se fuera extendiendo por toda la tierra, que fue la misión que Jesús le dio a sus discípulos. Una elección que lleva una responsabilidad y una elección de vida, pues el enviado tiene que creer y vivir lo que predica, por eso San Pedro nos dice:
«Ahora comprendo con toda la verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea".
Porque al momento de aceptar el ser enviado aceptamos todas las cláusulas del contrato, todos mandamientos y los consejos evangélicos que el Señor nos ha propuesto por medio de la Ley y los Profetas y, en los últimos tiempos, por medio de su Hijo, quien nos ha señalado el Camino con su propia Vida.

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