sábado, 13 de enero de 2018

Reyes e instrumentos de Dios

"Tomó entonces Samuel el frasco del óleo, lo derramó sobre su cabeza (la de Saúl) y lo besó, diciendo:
«El Señor te unge como jefe de su heredad. Tú regirás al pueblo del Señor y lo librarás de la mano de los enemigos que lo rodean».
Así fue cuando el Señor cumpliendo el pedido del pueblo de Israel elegió a Saúl para que lo gobernase. Y así, también, sin nosotros saberlo nos ungió como reyes el día de nuestro bautismo. Digo sin saberlo pues la mayoría de nosotros hemos sido bautizados siendo aún muy pequeños, y, por eso, sin conciencia de lo que hacían sobre nosotros. Pero quienes nos llevaron a ungirnos sí lo sabían, como Samuel que ungió a Saúl.
Dios es así: Él elige y unge y después nos va dando "pistas" sobre el sentido de nuestra vida, sentido que elegimos seguir o no, tenemos la libertad de optar. Si optamos por aceptar el llamado a lal vida en santidad entonces tenemos que comenzar a entender o comprender el sentido de nuestra unción, y creo que en las palabras de Samuel a Saúl está una parte del sentido de nuestra unción como reyes del Pueblo de Dios, o del Reino de los Cielos en la Tierra: regir, gobernar, hacer crecer el Reino que ha venido a nosotros y defenderlo de los enemigos que lo atacan.
Claro que este Reino tiene, se podría decir, como dos jurisdicciones: una interna y otra externa. La primera a regir es la interna, es el Reino que habita en mi corazón es el primero que tengo que regir y defender de los enemigos que lo atacan. Y para poder regirlo tengo que conocer qué significa ese Reino en mí, por eso leo las escrituras y dialogo con el Rey que me ungió para conocer y saber cómo regir.
Y así cuando "pongo en orden" el Reino que habita en mí puedo comenzar a llevarlo, muchas veces sin querer, a donde el Señor me envíe pues enviado suyo soy.
Así vemos en el evangelio que el Señor después de elegir a Leví (Mateo) irá a su casa a cenar con él, ahí comenzará el diálogo donde le dará a conocer el Reino que comienza a vivir en él. Necesitamos sentarnos a la Mesa con el Señor para alimentar el Reino que vive en nosotros, para poder escucharlo mientras nos habla y renueva nuestros deseos de seguirlo. Y, sobre todo, purifica nuestro corazón y nuestra mente con sus palabras, porque, aunque ungidos con su Espíritu y Renovados por su Sangre, seguimos día a día enfermando a causa del pecado que vive en nosotros, y por eso necesitamos constantemente de su Gracia sanadora para que al sanarnos y perdonardonarnos nos fortalezca con su Amor, con su Misericordia y así, como Él, podamos nosotros también llevar con Amor el Reino de los Cielos a nuestra tierra, y ser instrumentos y apóstoles del Señor.

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