miércoles, 3 de enero de 2018

Damos testimonio de lo que creemos

Dijo Juan Bautista:
"Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios".
Es cierto que nosotros no lo hemos visto, pero igual que Juan Bautista tenemos que dar testimonio de lo que creemos, y de lo que hemos podido llegar a ver con los ojos de la Fe. Porque, gracias al Don de la FE, creemos en el Hijo de Dios, y todo cuanto recitamos en el Credo. Y de todo lo que decimos estamos llamados a dar testimonio claro y fiable. Pero ¿cómo vamos a dar testimonio de lo que creemos si no lo vivimos? Podemos hablar mucho, recitar muchas oraciones y tratados teológicos, podemos tener mucha teoría pero si todo eso no lo reflejamos en la vida cotidiana ¿es válido nuestro testimonio?
San Juan nos dice en su carta:
"Si sabéis que él es justo, reconoced que todo el que obra la justicia ha nacido de él.
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!".
Nuestro obrar es el que da testimonio de lo que somos, de lo que creemos y de lo que decimos, por eso es tan importante para el mundo de hoy que nuestra Fe sea cierta y esté confirmada con nuestra vida, para que el mundo no sólo pueda ver nuestras obras sino que por medio de nuestras obras pueda creer en Dios. Así lo dijo el Señor:
"brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que están en los cielos".
Es cierto, sí, que entre medio de nuestras obras se manifestará también nuestro pecado, nuestra debilidad, pero en lo que tenemos que fijar nuestros ojos y nuestro corazón es en la relación que tengamos con el Señor, para que sea su Espíritu y no nuestro deseo de figurar el que nos ayude a dar testimonio de lo que creemos, para que lo que vivamos sea reflejo de su Amor y su Verdad.
No hagamos las cosas para que las vean los hombres y nos glorifiquen a nosotros, sino que hagamos las obras que nos pide el Padre para que los hombres descubran a Dios en nuestras vidas. Porque el pecado original que está en nosotros nos lleva, muchas veces, a querer ser nosotros glorificados y ensalzados en lugar de reconocer que "el todo poderoso ha hecho obras grandes en mí" y por mí, pues yo "sólo soy un pobre pincel en las manos del Pintor".

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