"En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el Arca de Dios.
Entonces el Señor llamó a Samuel. Este respondió:
«Aquí estoy.»
Corrió adonde estaba Elí y le dijo:
«Aquí estoy, porque me has llamado».
Samuel aún no conocía al Señor, aunque sí vivía en el Templo del Señor, pero aún no conocía su Voz y su forma de actuar, por eso ante la Voz que lo llamaba corrió hacia quien sí conocía: Elí.
Siempre hay, dentro nuestro, una voz que nos llama, que nos invita a buscar algo más que le de sentido a nuestra vida, algo que nos llene el vacío con el que vamos creciendo si no conocemos bien para lo que hemos venido. Necesitamos tener algo y alguien que nos motive para seguir adelante, para alcanzar los más altos ideales, para volar hacia las alturas del ser.
Pero para escuchar esa Voz interior que nos habla debemos hallar el valor para hacer silencio en nuestro interior y en el exterior, pues la Voz del Señor sólo la escuchamos en el silencio, en el diálgo íntimo con el Señor, estando con Él en su casa que es nuestro propio corazón.
Por eso hoy en día somos incapaces de hacer silencio. Nos aturdimos con cualquier ruido o con cualquier actividad, para no pensar, para no descubrir que aún está vacío ese lugar de nuestro interior y que no sabemos cómo llenarlo, o, en otros casos, no estamos dispuestos a buscar a Quien pueda llenarlo y darle plenitud.
Samuel pudo tener quien le ayudar a escuchar y a entender esa Voz, y así como corría prontamente hacia Elí a buscar respuesta, abrió su corazón a la Voz del Señor y le dijo, sin miedo:
"¡Habla que tu siervo escucha!".
Y así comenzó la Vida Nueva del Profeta Samuel.
Y algo parecido sucedió con los discípulos de Juan Bautista que, escuchando las palabras de Juan, siguieron a Jesús y fueron con Él a su casa, para ver "donde vivía". Fueron a descubrir si era real lo que decía Juan y escuchar lo que tenía que decirles Jesús, pero más que nada necesitaban saber cómo vivía, para sabe si esa vida era también posible para ellos.
Y sí, la vida de Jesús era posible para ellos y ahí descubrieron que las palabras de Juan sobre Jesús era veraderas, compartiendo con Él unas horas pudieron encontrar a Quien les llenaba el corazón y al Maestro que era el Mesías esperado. Ese encuentro los llenó tanto de gozo que salieron convencidos a buscar a otros para que tuvieran el mismo encuentro que ellos, así Andrés fue a buscar a su hermano y lo llevó hacia el Señor.
Este también tiene que ser el itinerario de nuestra vida: encontrarnos en la intimidad con el Señor para que, convencidos y enamorados, salgamos a testimoniar lo que hemos hallado, lo que nos ha llenado el corazón de gozo y plenitud: "hemos encontrado al Mesías, el Señor".
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